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Ahavá (Amor)


Todo lo que hagáis no debéis hacerlo sino por amor. 

(Sifrei Devarim S.41, 48; Nedarim 62/71)

Dios Todopoderoso… Inspira mi alma de un gran amor por el arte y por Tus criaturas. No permitas que la sed de ganancias o que la ambición de renombre y admiración influyan en el ejercicio de mi arte, pues son enemigas de la verdad y del amor a la humanidad y pueden desviarme del noble deber de atender al bienestar de Tus criaturas.

(Plegaria atribuida a RaMBaM/Maimónides, transcrita por el médico alemán, Marcus Herz (1793) como "Oración diaria de un médico antes de salir a visitar a sus enfermos”).


Un padre, antes de morir, rogó a sus dos hijos que, tras su muerte, se mantuvieran siempre unidos, sin rencillas. Ambos lo prometieron, y recibieron como herencia el campo sobre una montaña para cultivar. El hermano más joven, casado y con familia numerosa, cultivaba una parcela del monte, mientras que el hermano mayor, sin haberse casado, había heredado la parcela opuesta. Cada noche el hermano mayor, preocupado por las tantas bocas que su hermano menor tenía que alimentar, lo que no era su caso, se levantaba a altas horas de la madrugada, juntaba un hatajo de su siembra y las trasladaba a la estancia de su hermano, para ayudarlo, sin que él se percatara. Sin embargo, también el hermano más joven se sentía preocupado por el mayor, pues éste envejecía sin tener ayuda alguna en el cultivo de sus tierras, ni a nadie que alegrara su corazón. Así que también decidió levantarse ya entrada la noche, para regalar a su hermano parte de su montón. Así, cuando ambos madrugaban, quedaban sorprendidos de que sus pilas de cereales no disminuían. Por fin, una noche ambos hermanos se encontraron a mitad del camino y, sorprendidos, comprendieron el sentido del amor y entrega que ambos se profesaban. Se abrazaron emotivamente, como sello del verdadero amor, desinteresado. Entonces el Santo Bendito Sea dirigió su mirada hacia dicho monte, el Monte de Moría, hoy Monte del Templo, y al vislumbrar el amor que irradiaba de ambos hermanos, decidió que ése era el lugar idóneo para la futura construcción de su Morada en la Tierra, el Templo Sagrado de Yerushalayim/Jerusalem.

Sirva este relato talmúdico para ejemplificar el significado del amor como valor ético, tal como se concibe en el pensamiento judío. En el TaNaJ (Biblia), la idea del amor se hace explícita a partir de dos versículos esenciales de la Torá/Pentateuco: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Vayicrá/Levítico, 19/18) y “Amarás a El Eterno tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza” (Devarim/Deuteronomio, 6/5). En estos versículos se hace patente, substancial, la simbiosis Ser Humano-Ser Eterno. Una fusión que resalta el amor verdadero como altruista, proveniente del alma, no del cuerpo y, como tal, trasciende la necesidad humana de recibir y aprehende la necesidad de dar. El amor se convierte, entonces, en puntal y fundamento de toda interacción en la vida de los seres humanos, en una necesidad intrínseca e integral, que va más allá de las exigencias fisiológicas. Es importante subrayar que el versículo de “ama a tu prójimo como a ti mismo” no termina allí, sino que culmina con “Yo, El Eterno”. Vendría a ser como una evocación de que fuimos creados a semejanza de El Creador, quien nos alienta a amar, así como Él ama a sus criaturas. Pero este amor no se concibe si no se empieza por amarse a uno mismo: tenemos que amar nuestro “yo”, el interior (tu propia identidad que debe fundamentarse en la autoestima y el optimismo, en el control de tu propia vida y tu entorno, en el comprometerse con los valores éticos) y el exterior (el físico, mucho más fácil de amar si se asume el amor por el “yo” interno). Una vez asumido este amor, es posible amar al prójimo. Solo entendiendo al amor como una expresión altruista, manifestación del alma, es posible comprender que se pueda amar al “otro” como a “uno mismo”: experimentar al prójimo para que él nos experimente del mismo modo; a fin de cuentas, este sentimiento es de mutuo beneficio, simbiótico, pues nos hace sentir bien con nosotros mismos: dar para recibir. Amamos, y al hacerlo, alimentamos nuestra alma y la del semejante. Si amamos la santidad que reside en nosotros, comprendemos que también el prójimo está revestido de la misma santidad, pues todos fuimos creados a imagen de Dios. Sólo entonces podemos decir que estamos aprendiendo a amar al Creador “con todo (nuestro) corazón, (nuestra) alma y (nuestras) posibilidades”, porque el amor es un acto Divino y, al amar, seguimos su propio ejemplo y sus preceptos.

Ahora bien, ¿cómo puede comprenderse amar a Dios con todo el corazón, el alma y las fuerzas (o posibilidades)? El corazón se interpreta en algunos midrashim como el amalgamiento óptimo de los dos deseos o inclinaciones a que el ser humano es propenso, la del bien (“yetser hatov”) y la del mal (yetser hará”). Sería el dominio de las pasiones para servir a Dios con integridad, sin que exista fragmentación alguna entre el corazón humano y su Creador (Sifré, 6/5). Amar a Dios con toda el alma, es amarlo trascendiendo lo terrenal, lo material, incluso entregando la vida por Él. Amarlo con “todas tus fuerzas” o “posibilidades”, se entendería, por un lado, con todas tus posesiones: riqueza, conocimiento, profesión, actos y realizaciones; y, por otro, en toda tu dimensión. El amor a Dios con toda el alma y todas las posibilidades debe ser incondicional, incluso, como se resalta en Sifré Shem (32), “si toman tu alma o toman tus riquezas”.

Podría resultar chocante que provenga directamente de Dios el mandamiento de “Amarás a tu Dios” y que se haya constituido en parte integral de una de las plegarias esenciales del Judaísmo, conocida como la “Shemá Yisrael/Escucha Israel”. El Ser Supremo, el Creador, no precisa de nuestro amor para Ser. Pero los seres humanos sí debemos tener conciencia de que nuestra vida, salud, prosperidad, la naturaleza que nos rodea, todo proviene de Él. Por tanto, la respuesta del ser humano no debe ser otra, que, en agradecimiento, amarlo. Si amo, agradezco. En última instancia el amor que se profesa hacia el Creador redundará en el propio beneficio de quien lo ejerce; de allí la exigencia de amarlo. Es parte de la simbiosis Dios-Ser Humano: Dios ama a los hombres que Él mismo creó, y los hombres aman a su Creador, y con este proceder afianzan su amor a sí mismos y a la Humanidad. La esencia del amor, está escrito en Reshit Jojmá, es la propia inclinación del alma hacia el Creador, para imbuirse de Su Luz Divina Superior. (Ahavá/Amor, capítulo 1). Es más, el vocablo “Veahavtá” de este versículo y plegaria de la “Shemá Israel”, además de significar “y amarás” podría interpretarse como “y harás (que sea) amado (por otros)”, lo que viene a decir que a través de la conducta y acciones de cada hombre, éste puede hacer que El Eterno llegue a ser amado por las otras personas de su entorno, que conocen su proceder. Así, cada ser humano que ama a Dios y lo demuestra en su diario quehacer, contribuye para que sus semejantes también aprendan a amarlo.




Es interesante observar que las plegarias matutinas del Judaísmo no se inician directamente con la oración de la “Shemá”: “Amarás al Eterno tu Dios…”, sino que se inician con oraciones, cánticos, alabanzas e invocaciones que buscan el acercamiento paulatino a Dios, para que al momento de la “Shemá” no se presente ante quien ora, como un extraño, sino como un Padre protector que nos ama, y amamos. Precisamente la plegaria que antecede a la Shemá se inicia con las palabras “Ahavat Olam Ahavtanu…”: “Con amor eterno nos has amado, Eterno, Nuestro Dios”. Se reconoce aquí que el Creador ama a sus criaturas y se le pide que los ilumine para poder comprender Sus enseñanzas, además de la paz. Por tanto toca a cada una de sus criaturas corresponderle, amándolo “con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”, como se exige inmediatamente después, en la “Shemá”. Y el hombre debe exteriorizar dicho amor en toda su dimensión, tanto en los buenos momentos como en los malos, a través de la obediencia y cumplimiento de sus mandamientos (Sanhedrín 74a).

Repetidas veces, especialmente en el último de sus libros, Devarim/Deuteronomio, la Torá insiste en la necesidad de amar a Dios: “Y sucederá, si cumpliereis atentamente mis mandamientos que yo os ordeno hoy, amando al Eterno, vuestro Dios, y sirviéndole con todo vuestro corazón y con toda vuestra alma…”(11/13)”. Este amor obrará, en definitiva, a favor de quien lo manifiesta. Por eso Moshé/Moisés reitera, por tres veces, algunos capítulos más adelante: “Y El Eterno tu Dios circundará tu corazón y el corazón de tu descendencia, para que, amando a El Eterno tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, tengas vida” (30/6). “Porque yo te ordeno hoy queames a El Eterno tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos y preceptos para que vivas y seas multiplicado, y El Eterno tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para heredarla (30/16)”. “Amando a El Eterno tu Dios, escuchando su voz, y siguiendo sus caminos; porque él es vida para ti, y prolongación de tus días; para que puedas habitar sobre la tierra que juró El Eterno a tus padres, Abraham, Yitsjak y Yaacov que les habría de dar” (30/20). La recompensa de ese impulso emocional e incondicional que debe ser el amor es obvia en estos versículos, pero debe ser acatada. Quizás por ello la Torá, en el mismo libro, agrega al sentimiento de amar, el del temor, aunque no como miedo en sí, sino como respeto y reverencia. A El Eterno, tu Dios, temerás, y a Él servirás, y por Su nombre solamente jurarás (6:13).” Amor y temor se complementan en este versículo: “Y ahora, oh Israel, ¿qué es lo que El Eterno, tu Dios, pide de ti, sino que temas a El Eterno, tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que le ames..?”(10/12). No obstante, si el impulso emocional de amar es categórico, se asumirán con placer y respeto los mandamientos que de Él provengan. Por eso explica RAMBAN/Najmánides que actuar y obedecer por amor, aunque exija mayor entrega, fuerza de voluntad y costo, es mucho más meritorio que actuar y obedecer por temor. RaMBam/Maimónides, por su parte, afirma en su Mishné Torá que amar y temer a Dios es una Mitsvá/precepto. Para él el amor es el resultado de la contemplación y de la meditación sobre las acciones de Dios, que incluyen sus grandes hazañas milagrosas y sus bondades. Quien aguza sus sentidos y reflexiona sobre ello no puede más que tratar de acercarse a Dios para conocerlo mejor. (“Mi alma tiene sed de Dios, el Dios Vivo”, recalca el salmo bíblico en Tehilim, 42/3). Pero por otro lado, una vez entablado este acercamiento, cuando el hombre contrasta el Esplendor de El Eterno con su propia y fútil magnitud, llega el asombro y, por tanto, el temor. (“Cuando contemplo tus cielos, la obra de tus dedos… ¿qué es el ser humano para que Tú lo recuerdes; qué es el hijo del hombre para que Tú pienses el él?” dice el salmo 8/4, 5).

Las distintas emociones de amor que podamos profesar día a día lograrán, finalmente, una energía espiritual tan vasta, que nos impulse a un estado de armoniosa unión con el Creador. Es este el sentido de la petición con que bendicen los judíos diariamente en la ya comentada plegaria de “Ahavat Olam” (Ahavá Rabá)”: “Une nuestros corazones para amar y reverenciar Tu Nombre…”. Y es este también el sentido del amor que defiende el Jasidismo (movimiento judío religioso, fundado por el RabinoBaal Shem Tov, en el siglo XVIII), en donde el amor a Dios y a los Hombres se convierte en las directrices de su comportamiento vital, bajo una atmósfera de plegarias,mitsvot/preceptos, respeto y alegría.

En síntesis, en el judaísmo podría definirse el amor como el sentimiento emocional de placer que un ser humano experimenta cuando se sobrepone a su propio egoísmo y logra descubrir virtudes en su prójimo, identificándolo con tales virtudes. Así, el verdadero amor queda supeditado al emisor, no a quien recibe y se beneficia del sentimiento de amor. A partir de allí el emisor puede percibir los deseos y necesidades de su prójimo como suyos propios. Por ello es irrazonable encontrar amor cuando uno solo acierta a descubrir deficiencias y fallos en el prójimo, obviando sus virtudes y valores. El amor no puede estar subordinado a alguna condición específica pues, como se explicita en Pirké Avot (5/16), si dicha condición desapareciera, también desaparecería el amor: “Todo amor que depende de algún interés, desaparece con el interés que lo ha inspirado. En cambio, cuando el amor es puro y desinteresado, es eterno… (como) el de David y Yonatán”. Una vez se logra ese estado altruista de dar sin esperar nada a cambio, de tratar de responder a los deseos del otro como si fueran propios, se encuentra también el amor más sublime, que es el amor al Ser Eterno. En hebreo la raíz del verbo amar, “ahav” deriva de “hav”, que puede interpretarse como ¡da! Cuando uno da desinteresadamente, desprende y genera amor, un amor que discurre en la dirección a la cual se da. "Si quieres mantenerte cerca del amor de tu prójimo, preocúpate de buscar su bienestar", está escrito en el tratado talmúdico Derej Eretz Zuta. El dar desinteresadamente origina cercanía, una empatía que puede desembocar en amor, de la misma forma que uno siente amor por lo que crea, porque identifica en su creación una parte de sí mismo.

¿Se puede obligar a amar? Ante todo, el amar es acción, es un hacer; no puede circunscribirse al simple pensamiento. Eso hace aún más difícil mostrar amor en el sentido que aquí se observa. Si el sentimiento de amor no surge, ¿cómo se puede obligar, cómo se puede actuar “con amor”? Hay amores que son un compromiso de la naturaleza, como el amor paterno/materno filial. Generalmente nadie lo exige, es parte de dicho compromiso natural. RaMBaM/Maimónides estipula que el amor y la ternura de una madre hacia sus hijos no son productos del razonamiento, sino de los sentimientos, y ésta es una virtud que existe no solo en los seres humanos, sino también en los seres irracionales. Si se aplicara el mismo empeño a las demás relaciones sociales humanas, el amor estaría siempre presente. Por eso la Torá exige explícitamente amar, pues cada ser humano tiene la libertad de ver en los demás lo que quiera ver en él. Y la Torá, como código ético, obliga a descubrir en el prójimo sus virtudes. Una vez reconocidas dichas virtudes, el amor hacia el prójimo surgirá, también como un compromiso natural. Aceptando el compromiso de amar, se empieza a comprender el proceso de cómo amar a las criaturas y a su Creador. El pasuk/versículo ya comentado de “ama a tu prójimo como a ti mismo” se inicia con estas otras palabras: “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo…”. Aquí podría revelarse la clave de cómo amar: la no venganza, el no guardar rencor y el amar al prójimo no están al azar escritos en un mismo versículo. Vienen a enfatizar que si no guardas rencor, no sentirás necesidad de vengarte; y si no acumulas pensamientos y sentimientos negativos hacia tu prójimo (rencor, resentimiento) no te queda otra que atesorar hacia tu semejante sentimientos de bien y solidaridad, esto es, amarlo, pues solo verás reflejado en él sus virtudes. Depende, pues, de la orientación con la que se enfoque al prójimo, para que se construya con él una relación de amor, ajena a los resentimientos. ¿Cómo es esto posible? Considerando a tu semejante como parte de ti. Es una toma de conciencia de que todos pertenecemos a una misma Unicidad, a una misma experiencia Universal. A nadie se le ocurriría, si se corta un dedo con un cuchillo, darle un golpe al cuchillo con su propia mano, como venganza por el daño recibido. Herir al prójimo, entonces, sería tan ridículo como herirse a uno mismo. Está escrito en el libro bíblico de Shoftim/Jueces"los que te aman son como el sol cuando sale en todo su esplendor" (5/31), versículo que los talmudistas interpretan como referido a aquellos que no injurian ni insultan, a pesar de haber sido injuriados o insultados; a aquellos que actúan por amor y se consideran dichosos a pesar de todas las pruebas (Yomá 23a). Baruj Spinoza (filósofo judío racionalista del siglo XVII) en sus tratados de ética asevera que el odio puede ser vencido por el amor, y transformado en amor. El odio se acrecienta cuando es correspondido, pero el amor lo puede derrocar. Para ello es necesario comprender los sufrimientos dentro el contexto de las causas y el orden de la naturaleza; de esta manera uno puede entender por qué es fundamental no ceder al sufrimiento, que conlleva a la venganza y al odio. Por el contrario, el amor los puede vencer. “El Odio, que vencido enteramente por el Amor se convierte en Amor,y el Amor es por esta razón más grande que si el Odio no lo hubiese precedido” (Prop.XLIV, Etica III). En Spinoza el amor es tan esencial como vivir, ya que sin el goce del amor no se podría existir; para no amar sería preciso no conocer, y no conocer significaría no ser. El amor, pues, es esencial a la vida “sin algo de lo cual podamos gozar y que esté unido a nosotros y que nos reconforte, no podríamos existir”. El humanista judío alemán del siglo XX, Erich Fromm, en su libro El arte de amar, va más allá con la idea del amor, al declarar que "El amor es el impulso más poderoso que existe en el hombre… sin amor, la humanidad no podría existir un día más". (*)

El amor incondicional que defiende la Torá es el mismo con relación a la unión marital. En Bereshit/Génesis (2/24) está escrito que El Creador creó al ser humano “masculino y femenino”, esto es, que creó a una sola entidad humana con ambos atributos (Talmud, Bereshit Rabá 8/1). Solo con posterioridad El Ser Supremo lo separó en dos entidades; “hombre” y “mujer”. Por tanto, el amor que emana de la unión marital es el resultado, o debe serlo, de la predisposición natural de querer convertirse nuevamente en uno solo. "Vehayú lebasar ejad" ("Serán un solo cuerpo"), está escrito en Bereshit/Génesis, durante la Creación (2/24). Una vez lograda dicha unión con lazos de verdadero amor, en donde caben la sensualidad -el sexo- y la espiritualidad, el deseo altruista de dar será ilimitado. El Talmud enseña que “Un hombre y una mujer que tienen Zejut, se posa sobre ellos la Shejiná (presencia Divina)” (Sotá 17). Esto se interpreta como que un hogar puede ser un santuario si la pareja, en su unión marital, lo transforma en tal, cuando se construye a base de bien, respeto mutuo, tolerancia, obviando los instintos egoístas y siguiendo las normas y preceptos que emanan de El Creador. "Cuando el amor entre nosotros era intenso, podríamos haber vivido juntos en la punta de una espada", dice también el Talmud (Sanhedrin 7a). “Mi amado es para mi y yo para él” exclama la amada en Shir Hashirim/Cantar de los Cantares (2/16)(**)

No hay duda que para el ser humano el sentimiento emocional de dar o de amar se manifiesta como ineludible, ante todo, con los más cercanos: la familia, los amigos, el pueblo al que se pertenece. Sin embargo, en ningún momento la Torá excluye del precepto de “amar al prójimo como a ti mismo” a quienes no sean afines a ti, o pertenezcan a otros pueblos o culturas. El amor, como se desprende de los textos bíblicos, es universal. Ello no obvia que el judaísmo enfatice el “Ahavat Israel”, el “amor a Israel” como referente al pueblo judío. Para el judaísmo el sentimiento de amor (así como el de mutua responsabilidad) de un judío hacia otro, incluso hacia aquellos "a quien no hayamos visto jamás", como lo indica Baal Shem Tov (Rav Israel ben Eliezer, fundador del Jasidismo, S. XVIII), debe ir más allá de una identidad racional: se contempla como una conexión de alma a alma y, en definitiva, una manifestación consumada del amor a Dios, puesto que está escrito que Él ama a su pueblo de Israel, tal como un padre ama a su hijo. Por tanto, amar a lo que el Eterno ama, es consumar su amor hacia Él. Así lo interpretan sabios judíos de distintas épocas. Claro está que lo mismo podría -y debería- decirse con relación al amor del Creador hacia todas sus criaturas, sin distinción de nacionalidad, raza o credo. No hay más que adentrarse en el tercer libro de la Torá, Vayicrá/Levítico, para encontrar referencias explícitas al amor y jesed (piedad, bondad) hacia extraños y extranjeros, lo que conlleva, quizás, mayor esfuerzo, desafío y mérito, que amar a los del propio entorno.

En cuanto a la analogía del amor de Dios hacia los Hijos de Israel como la de un padre hacia sus hijos se insinúa repetidamente en Devarim/Deuteronomio, cuando se trata principalmente de reprenderlos por haberse alejado del bien, la justicia y los preceptos, tal como lo debe hacer un padre ante la disciplina díscola de sus vástagos:“El Eterno tu Dios… peleará por vosotros, así como lo hizo delante de sus ojos en Egipto y en el desierto, donde has visto cómo el Eterno tu Dios te llevó, como un hombre lleva a su hijo, por todo el camino que anduvieron hasta llegar a este lugar” (1/31, 32)“Reconoce asimismo en tu corazón, que como castiga el hombre a su hijo, así El Eterno tu Dios te castiga” (8/5) (***). Es interesante que cuando se trata de consolar, la imagen del padre amoroso se transforma en madre: “¿Puede una mujer olvidar a la criatura de su útero para que no se compadezca del hijo de sus entrañas? Aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré” (Yishayahu/Isaísas 49/15). De estos versículos se puede entender que el amor paterno/materno filial es el amor prístino, magnánimo, y como tal debe conducir a sus hijos hacia una conducta digna y ética, lo que incluye la reprensión y el castigo, cuando éstos son necesarios para la corrección de conductas.

La raíz hebrea de amor, “ahav”, al igual que en otros idiomas, no se refiere en exclusiva al amor como bien o sentimiento desinteresado y leal, como valor espiritual y estado emotivo del alma. Se refiere también a la afinidad pasional y erótica entre seres en busca del placer; al querer, gustar o desear algo. En todo caso, siempre va asociado a la empatía hacia alguien o algo. Así, en el TaNaJ/Biblia el término ahavá, amor, también se vincula a las relaciones espontáneas entre seres: en primer término, el ya expuesto amor paterno-filial, como el de Abraham por Yitsjak/Isaac (“Toma a tu hijo, a tu único, al que amas, a Isaac, vete a la Tierra de Moriá y ofrécelo allí en holocausto en uno de los montes”. Bereshit/Génesis 22/2-); el amor hombre/mujer, ya sea pasional, como el amor interesado de Amnón por su hermanastra Tamar, que terminó en aborrecimiento (“Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, a tal punto que el odio fue mayor que el amor con que la había amado”.Shemuel/Samuel II, 13/15); o el amor sublime de Yaacov/Jacob por Rajel/Raquel (“Sirvió Yaacov por Rajel siete años, pero para a sus ojos fueron como unos cuantos días, dado el amor que sentía por ella” (Bereshit/Génesis 29/20). También está el amor familiar no filial, como el que manifiesta Rut por su nuera Naomí: “Él –el nieto recién nacido- te reconfortará y será tu apoyo en la vejez, porque te lo ha engendrado tu nuera que te ama tanto y que vale para ti más que siete hijos” (Rut 4/15). El amor entre dos hombres, sin ninguna connotación sexual aparente, también queda patente en el TaNaJ, como el de David por su íntimo amigo y cuñado, Yonatán, tal como se refleja en diversos versículos (Shemuel/Samuel I, 18/1,3, 20/17) y en uno de los más bellos poemas bíblicos, la endecha de David a la muerte del Rey Shaul/Saúl y su hijo Yonatán (“Me aflijo por ti, hermano mío Yehonatán. Agradable fuiste para mí. Maravilloso me fue tu amor, que sobrepasó el amor de las mujeres” (Shemuel/Samuel 2, 1/26).Ahavá/amor también se utiliza en la Torá como el afecto o apego de un siervo hacia su señor (“Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldré libre (Shemot/Éxodo 21/5”). El amor también puede manifestarse hacia una situación material específica, como es, por ejemplo, el trabajo. Está escrito en Avot: “Ama al trabajo y elude las altas dignidades”. RAMBAM/Maimónides, en su Mishné Torá lo completa con el siguiente pensamiento: “Quien decide dedicarse al estudio de la Torá sin trabajar, viviendo de la Tsedaká (caridad), profana el Nombre de Dios, escarnece a la Torá y extingue la luz de la Fe”. Amar, en el sentido de gustar, se manifiesta en Bereshit/Génesis, cuando Yitsjak/Isaac le pide a su hijo Esav/Esaú que le prepare un banquete, antes de bendecirlo: “y hazme ricos manjares, como yoamo, y tráemelos para que coma, y mi alma te bendiga antes que yo muera” (Bereshit/Génesis 27/4). Dos veces más se repite en el mismo capítulo la raíz del verbo ahv, en el sentido de gustar (“como él ama - le gusta-” 27/9, 14). Aún hoy, en el hebreo moderno se utiliza este verbo también con el significado de gustar.

En la Torá el término ahavá no es el único empleado para referirse al amor en sus diversas connotaciones. Está el vocablo cuya raíz es DVD (dod) que también podría traducirse por amor (tal como es utilizado en Shir Hashirim/Cantar de los Cantares), el querer, la amistad. Existe el término “jafets”, pero que se vincula más a su acepción como la inclinación a un deseo. Están también ajvá (fraternidad, amistad) o jibá (aprecio, cariño, afecto). La locución más afín, que se entremezcla y confunde con el deahavá, es Jésed, que ya ha sido tratado en otro aparte. Sin duda ambos emanan de una misma fuente de sentimientos, además de la fuente Divina. Jésed se vincula, por lo general, con la bondad, benevolencia, compasión, generosidad, misericordia. ¿Pero no son acaso estas expresiones atributos también del amor? El sentimiento de amor que no se acompaña con actos de compasión y benevolencia no es verdadero. Así, la fuerza del alma que hace fluir el “jesed” (bondad, piedad) para convertirlo en acción es la “ahavá” (amor). Si a tu enemigo no lo amas, pero le brindas un pedazo de pan y un poco de agua, estás cumpliendo el acto de ahavá/amor y jésed/piedad-benevolencia al mismo tiempo. “Si tu enemigo estuviese hambriento, dale pan para comer; y si tuviese sed, dale agua de beber. Porque amontonarás ascuas sobre su cabeza, y El Eterno te recompensará”, está escrito en Mishlé/Proverbios (25/21, 22). El acto, no el sentimiento (en este caso hacia el enemigo) es lo que podrá conducir, a fin de cuentas, hacia un cambio favorable de sentimientos por ambas partes, hasta converger en el amor. Podría decirse que Jésed es una variante de Ahavá, o viceversa. En términos cabalísticos puede comprenderse a Ahavácomo el estado espiritual afiliado a la sefirá de jésed (la cuarta de las diez sefirot o emanaciones a través de la cual El Eterno interactúa y se relaciona con su mundo; y el primero de los atributos propios de la Creación, que se representa por la Luz). El Jésed contempla que todo ser humano ame el amor y, por tanto, pueda sentir amor hacia su prójimo, su comunidad y hacia su Creador. Está escrito en las tres plegarias diarias de la Amidá: “Torat Jayim ve-ahavat jésed” (“Ley de vida y amor al Jésed)”. En la Cabalá la sefirá del Jésed se representa por la Luz, pues el Creador creó al mundo, y a su primera manifestación, la Luz, por amor, y sostiene al mundo por amor. Y esa Luz intensa simboliza el amor intenso que debe reinar. Decía el gran maestro talmúdico, Rabí Eleazar, que el amor intenso es un amor perfecto por ambos lados, esto es, el amor perfecto que admite amar a Dios, bien si te corresponde Él con amor y ternura y bien si te corresponde con severa justicia. Si el amor no incluye ambas vertientes, no es un amor intenso, perfecto. En la profecía de Yirmiyahu/Jeremías puede apreciarse la fuente en común de ambas expresiones: “Con amor (ahavá) eterno te he amado, y por eso te he atraído con jésed” (31/2). O en el salmo “Amad (ehevú) al Eterno, todos vosotros Sus piadosos (jasidav) siervos (31/24)”. En el Zohar/ Esplendor (libro capital de la corriente judía cabalística, atribuido a Rabí Shimón bar Yojai) los conceptos deJesed/piedad y Ahavá/amor se identifican, son equivalentes. El amor, ahavá, en fin, al ser un acto proveniente de El Ser Supremo, es el “alimento” más puro y auténtico que un alma puede brindar a otra, así como a la suya propia.


(*) El arte de amar de Fromm es una de los intentos más serios sobre el estudio del amor que se han realizado en los tiempos contemporáneos (1956). A pesar de que Fromm se alejó del judaísmo durante su vida adulta, su sólida educación judía ortodoxa durante sus primeros años, se ven reflejadas en su obra. En El arte de amar hace referencia al TaNaJ/Biblia (judía), ratificando que en ésta el objeto primordial del amor es el desvalido (ya sea el indigente, el huérfano, la viuda o el extranjero, puesto que “extranjero fuisteis en Tierra de Egipto”). En su obra posterior, Y seréis como dioses (1966), dedica un capítulo a la Halajá, la legislación religiosa judía. En varias de sus observaciones y diagnóstico sobre el amor rutilan reflejos del ancestral pensamiento judío. Ya en el prefacio de El arte de amar, advierte que el ser humano, que ama, debe desarrollar su personalidad total, si no quiere condenar sus intentos de amar al fracaso. La “satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina”. El amor es para él la respuesta a la existencia misma del género humano, toda vez que su impulso vital lo conduce a la disolución de un estado de separatidad, aunque sin tener que perder su propia individualidad. Fromm insiste en su obra que hay mucho que aprender sobre el amor, para no caer en el error de pensar que el amor es ser amado y no amar; para no sucumbir ante condiciones que poco tienen que ver con el amor, como el éxito, la riqueza, el poder, el atractivo físico, la popularidad. Diferencia entre el enamoramiento y el amor en sí. El primero ocurre con la atracción, la conexión, al compartir pensamientos, sentimientos, sensaciones. Cuando culmina la fase del enamoramiento es cuando llega realmente el amor: se empieza realmente a conocer a la otra persona, al reconocer sus defectos y aceptarlos, comprender lo bueno y lo malo de la relación. Aceptar el conflicto que ocasiona el amor, que a fin de cuentas previenen de verdaderos conflictos reales. Asumir el desafío constante que plantea el amor, núcleo de la existencia misma en la experiencia de dos individuos “que son el uno con el otro, al ser uno consigo mismo y no al huir de sí mismos". Entonces se puede hablar de un amor maduro en el que “se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo dos”. Por ello considera el amor como unión simbiótica una manera de amar inmadura, puesto que no hay que renunciar a la integridad para convertirse en instrumento del otro. Pero también se debe entender la capacidad de amar como un acto de dar, sin pensar en el recibir. Después de todo dar se convierte en recibir pues, siguiendo el punto de vista judío, quien da con sinceridad, siempre recibe: “el amor es un poder que produce amor”, sentencia Fromm. Sin embargo, amar no es solo dar, es también responsabilidad, saber responder, ofrecer cuidados, respeto, mutuo conocimiento (en el acto de amar se puede encontrar uno a sí mismo), interdependencia, y nunca dominación. En resumen, para Fromm el amar es un arte, y como tal precisa de un proceso de aprendizaje, que incluye lo teórico y lo práctico. "Empezamos a amar no cuando encontramos a una persona perfecta, sino cuando aprendemos a ver perfectamente una persona imperfecta”.

(**) El Shir Hashirim/Cantar de los Cantares, que pertenece al libro bíblico de Ketubim/Hagiógrafos es, sin duda, una de las más bellas alegorías literarias que sobre el amor entre hombre y mujer, se ha escrito en lengua hebrea. La tradición se lo atribuye al Rey Shelomó/Salomón, tomando en consideración el inicio mismo del texto: “Shir hashirim asher li-Shlomó” (aunque también podría interpretarse que le fue dedicado a él, o que es el propio Shelomó el protagonista masculino de este diálogo de amor). Es, en su sentido más literal, un cántico de amor que esboza con sinceridad, pureza, fulgente colorido y una inspirada sensualidad, sin atisbo de obscenidad, la mutua atracción entre dos enamorados, que se deleitan con la contemplación y contacto de sus cuerpos, casi como una experiencia mística o religiosa, bendecida por el Creador, y tal como es su deseo que sea: “¡Que me bese con los besos de su boca, porque tus amores son mejores que el vino!”, así se inicia este diálogo de enamorados. Con exquisitas metáforas y símiles afortunados el texto esboza la admiración mutua que ambos enamorados se profesan: “Como manojo de mirra es mi amado, que entre mis pechos reposa… He aquí que tú eres hermosa, mi compañera; he aquí eres bella; tus ojos son como palomas. He aquí que tú eres hermoso, amado mío. Nuestro lecho es de flores. …..” (1/13-16). El cantar expresa, por momentos, embeleso; a veces desasosiego por la ausencia del amado o amada; otras, la satisfacción del encuentro o el deleite de la mutua entrega. 

En el quinto cántico encontramos expresiones como éstas, de la amada hacia el amado: “Sus ojos son como palomas junto a los arroyos de aguas, bañadas en leche y reposando en la orilla. Sus mejillas son como jardín de hierbas aromáticas que exhalan perfumes. Sus labios son como azucenas que desprenden aromas. Sus manos son como barras de oro engarzadas con crisólitos. Su vientre es como marfil pulido, esmaltado de zafiros. Sus piernas son como columnas de mármol fijadas sobre bases de oro fino. Su boca es dulcísima. Todo él es la dulzura misma. Así es mi compañero, oh, hijas de Yerushalayim” (12-16) . Y el amado expresa su arrobamiento hacia su amor, utilizando expresiones como éstas: “Panal de miel destilan tus labios, oh esposa; Miel y leche hay debajo de tu lengua (4/11)… Eres tan hermosa, amada mía, como Tirtsá, atractiva como Yerushalayim e imponente como ejércitos de abanderados. Aparta de mí tus ojos porque ellos me doblegan. Tu cabello es como rebaño de cabras que se deslizan desde Guil-ad." (6/4-5).

Los sabios talmúdicos declararon que el mundo habría sido creado especialmente para aquel día en que el “Shir Hashirim” fuera entregado a Israel. El primer Gran Rabino del Estado de Israel, el Rav Kuk (1865/1935) escribió en sus comentarios sobre Shir Hashirim que hay amor al Santo bendito que proviene de la Creación y del esplendor de Dios, que llena el mundo, y Su bonanza se esparce sobre sus criaturas. Pero hay un amor que se siente en el alma, porque el alma ama a la bondad. Y este amor es el más relevante, sentido y querido, porque es apreciado como reflejo de la realidad. Para comprenderlo se precisan todos los grandes detalles y paradigmas que se hayan en Shir Hashirim. Por eso el mundo no tendría que ser Creado, más que para el día en que fuera entregado el Cantar de los Cantares al pueblo de Israel. 

No hay duda que los principales exégetas bíblicos aprecian a Shir Hashirim como digno de estar entre los libros sacros de la Biblia, porque interpretan este amor sensual que emana de sus versos, como una alegoría espiritual que encarna el amor manifiesto que existe entre El Creador y su pueblo de Israel, como una obra que ensalza la unión mística entre Dios y su pueblo escogido. Dios es el amado e Israel la amada, ansiosa de su amor. Los “besos” que el amado (Dios) otorga, no son otra cosa que la sabiduría que El Creador enseñó a su pueblo en la intimidad del desierto, por medio de la Torá.

La utilización de esta alegoría entre dos seres humanos que se aman, en donde la sensualidad y el sexo se insinúan como una extensión natural del amor entre un hombre y una mujer, para representar el amor entre El Eterno e Israel, viene a corroborar, precisamente, la importancia que el judaísmo otorga al amor (y a todas sus manifestaciones, tanto sensuales como espirituales que de ello deriva) entre dos seres unidos, fusionados, maritalmente.

(***) Otros versículos del mismo libro bíblico Devarim/Deuteronomio, en los que se refleja la analogía del amor de Dios hacia Israel como la de un padre hacia sus hijosVosotros sois hijos de El Eterno, vuestro Dios” (14/1); “¿Así Pagáis a El Eterno, pueblo necio e insensato? ¿Acaso no es él tu Padre, tu Creador, quien te hizo y te Estableció?..... Lo encontró en tierra desierta, en la espantosa soledad de un desierto; lo rodeó, cuidó de él, lo protegió como a la niña de Sus ojos… Como un águila que despierta su nidada, que revolotea sobre sus polluelos, extendió sus alas y los tomó, los llevó sobre su plumaje... Despreciaste a la Roca que te engendró, y olvidaste al Dios que te dio a luz. (32/6, 10, 11, 18).

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