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Jesed


Y si ofreces tu alma al hambriento y consuelas al alma afligida; entonces tu luz brillará por sobre las tinieblas... y el Eterno satisfará tu alma en tiempos de sequía..." (Isaías 58:10-11).




Abba Tajna era considerado por sus correligionarios judíos como un hombre piadoso, que observaba todos los preceptos y leyes religiosas. Cierta tarde, antes delShabat, regresaba del bosque a su casa, con un atado de leña, su diario sustento, sobre sus hombros. De pronto se topó en la calle con un anciano lleno de heridas, casi inconsciente. Al acercarse Abba Tajna, el pobre viejo le imploró: “Por favor, no me dejes morir en la calle. Apiádate de mi y llévame a mi casa". A Tajna se le planteó un dilema: "¿Qué voy a hacer? Si llevo a este hombre, entonces tendré que dejar mi leña aquí, en medio de la calle, y es éste el único recurso que tengo para poder mantener a mi familia. Y aunque luego regrese por ella, ya sería demasiado tarde para transportarla, debido a que entra el Sagrado Shabat, y tendría que vulnerar su santidad (rige la prohibición de realizar cualquier trabajo servil y transportar en este día sagrado). Y si dejo aquí a este hombre, sobre mí caerá la responsabilidad por su muerte." Finalmente, en esta lucha de reflexiones, venció la compasión. El piadoso hombre llevó al anciano a la ciudad y después volvió rápidamente en busca de su leña. Al entrar en la ciudad con el atado sobre sus hombros, el sol ya estaba por ponerse. La muchedumbre lo veía y se extrañaba: “¿Es éste el Abba Tajna que conocemos como el más piadoso? ¿Cómo es posible que esté trabajando y llevando carga cuando faltan escasos minutos para la entrada del Shabat? ¡Es imposible que llegue a tiempo hasta su casa!” Pero Tajna, el piadoso, callado y resignado siguió su camino. Y ... ¡Ocurrió un milagro!: El sol volvió a relucir en todo su esplendor, como si la hora no hubiera avanzado. De esta forma disipó la sospecha de todos los mirones.

Esta parábola, perteneciente a la tradición religioso-literaria judía, sirve para reafirmar la importancia que tiene, dentro del Judaísmo, la ética hacia el otro, hacia el semejante. Y como emblema de la misma está, ante todo, la compasión. La compasión fue, y sigue siendo, uno de los pilares en los que se sostiene la ética judía, desde la Torá (Pentateuco), hasta los pensadores judíos de nuestro tiempo. Lo llamo compasión porque es un término que, en lengua castellana es reconocido como valor universal transmitido por distintos cultos, especialmente los orientales. No obstante, la palabra hebrea a la que es mi intención referirme es Jésed(*). Jésed ha sido traducida de distintas maneras: benevolencia, gracia, compasión, amor, piedad, misericordia, etc… También en hebreo existen otros conceptos con connotaciones similares. A mi parecer Jésed reúne, en un solo término lingüístico, todos los calificativos anteriores. En una sola expresión se fusionan el amor, la bondad, la compasión. Es, para el Judaísmo, el proceder ético hacia el sufrimiento ajeno: la pasión de la compasión, que se manifiesta como una bondad compartida por quien la da y quien la recibe. Para el gran filósofo judeo-español medieval, Maimónides, Jésed se refiere a las buenas acciones que están por encima de lo que un contrato o una ley instituyen. Quien actúa con Jésed incluso beneficia a otra persona por encima de lo que puede ser merecedora. Otro gran filósofo judío de origen español, Rabi Yehudá Haleví, afirma que Guemilut jasadim (el acto de bondad-compasión) es el primer escalón en las relaciones humanas para luego construir una sociedad más justa, ordenada y armoniosa. 

El Judaísmo afirma que cualquier ser humano puede ser capaz de practicar el bien, ser justo, y tener compasión. En la cultura judía ashkenazí existe una expresión popular, el “mentsh”, que se podría traducir por “ser hombre, ser persona”, que es la posibilidad de una actitud positiva y benévola, y que depende de la motivación, cuando los acontecimientos circundantes más bien justificarían actitudes negativas. Poner en práctica el “mentsh” significa actuar por el bien y la armonía, sin especular en beneficio propio. De todas esas actitudes, tener compasión se convierte en la habilidad del "mentsh”, al reconocer que el semejante es tan imperfecto como uno mismo, pero que puede, como uno mismo, aspirar a la facultad de transformarse y perfeccionarse. Quien así actúa sabe que los demás lo pueden considerar tonto por tal motivo, pero a pesar de ello, actúa según su conciencia. Para el “mentsh” la compasión no es tener lástima, sino la altura de miras para poder percibir las cosas con armonía, exquisitez y hasta con humor. Así, "mentsh” amalgama las actitudes de bondad, justicia, compasión, practicar, ser y tener, lo que quiero denominar en el léxico hebreo como Jésed: la receta judía para que la vida se torne más bella.

Hay tentativas de profundizar en la diferencia entre el “Jesed” y otras expresiones hebreas similares, como “Rajamim” (vocablo que también se puede traducir como piedad o misericordia). Se atribuye a la primera la necesidad, en quien la aplica, de buscar cualquier oportunidad de entrega a su prójimo. Es la benevolencia absoluta, gratuita e ilimitada. No es la dificultad o el sufrimiento que adivina en su prójimo lo que lo hace actuar al ejecutor del “jesed”, sino su propia voluntad de entrega, de dar; mientras que el segundo término (Rajamim) se le asigna al ser humano que hará lo que esté en sus manos por ayudar a quien pasa por un momento de sufrimiento o dificultad, y aliviar, así, su estado. Toda vez que una y otra conllevan a resultados similares, no veo necesario establecer otras distinciones entre ellas.

Al Judaísmo se le ha señalado como la religión de la Justicia, y a su visión Divina como el Dios de la Justicia. Ello es incuestionable. Pero al mismo tiempo, para el Judaísmo no puede existir la justicia verdadera si no va acompañada de la compasión. A pesar de que en las antiguas culturas se obviaba, al juzgar, circunstancias atenuantes o agravantes, en el Judaísmo se distingue claramente entre el error y la alevosía, entre la coacción y la libertad de acción. Los atenuantes se toman en la ley judaica en consideración, a la hora de juzgar.

La Cabalá (en la que Jésed corresponde a una de las “sefirot”, emanaciones de esencia Divina) hace patente que Dios, durante el génesis de la Creación sabía que si creaba un universo en el que el ser humano sería juzgado con exactitud según los méritos de sus acciones e intenciones, éste no tendría posibilidad de existir. Por ello, Dios fusionó la justicia con la compasión y, así, pudo crear al mundo y a las criaturas que lo habitan. La Justicia quedaría reflejada en el orden natural de las cosas, y la compasión, a través de los milagros. RASHI, uno de los exégetas bíblicos más relevantes para el Judaísmo, lo explica de está manera: en el Bereshit (Génesis) está escrito, “Al principio creó Elo-him (Dios) los cielos y la tierra…” y no está dicho “creó Adon-ay” (El Eterno, Ser Supremo). ¿Por qué? Porque ante el Creador surgió la idea de crear un mundo con la virtud de la Justicia, y el término Elo-him connota, precisamente, justicia. Pero como Sabedor de todo, era consciente de la imposibilidad del ser humano de cumplir los preceptos de la justicia Divina más estricta, por lo que asoció el atributo de la misericordia al de la justicia, misericordia que queda denotada en su apelativo de mayor magnitud “Y-H-V-H” (EL Eterno, Ser Supremo). Por ello, un versículo posterior proclama: “El día en que Creó Y-H-V-H- (Adon-ai), Elo-him la tierra y los cielos”, fusionando así, con sus nombres, Justicia y Compasión.

Toda la liturgia judía está llena de expresiones que ensalzan a Dios como Ser Justo y Compasivo. En el texto litúrgico de Yom Kipur (Día de la Expiación), fecha reverencial por excelencia para el Judaísmo, se repiten incesantemente los estremecedores versículos: “Eterno, Eterno, Dios compasivo y clemente, tardo en la ira, pero grande en amor y en verdad, que tiene compasión de millares, que perdona el pecado, la iniquidad y la transgresión, y absuelve”. Pero, como proclama el salmo "Di-s es bueno para todos y Su misericordia se extiende a todas Sus criaturas" ¿significa que todas sus criaturas tienen que poseer, también, la virtud de la bondad y la compasión (Jesed)? La respuesta está, nuevamente, en el Génesis. Está escrito, en el instante anterior a la creación del Hombre, que Dios dijo: “Crearemos al Adam (Hombre) a nuestra imagen y semejanza”. ¿A qué imagen puede referirse el Ser Supremo, dado que no existe imagen física que lo defina? ¿En qué nos podemos asemejar a Él? Pues, precisamente, en sus atributos, en sus virtudes: la bondad, la compasión (Jesed), así como la utilización de nuestra inteligencia y creatividad para completar la Obra que Dios nos entregó inacabada para que nosotros, sus hijos, la concluyamos, renovemos e innovemos. Y ello no podrá ser posible si nuestras capacidades no van encaminadas hacia el bien, la compasión y la justicia.

El Jésed no consiste en una piedad extrema, circunstancia ésta que podría desembocar, precisamente, en un acto contrario a lo que se intenta reparar, en un retroceso moral. Cada ser humano debe ser juzgado por sus actos, especialmente en beneficio del perjudicado. Ningún acto de Jésed puede obrar en perjuicio de la víctima. El pensador judío Ajad Haam, en su ensayo La vara de la justicia y la vara de la piedad (1891) expone las diferencias que pueden surgir entre el atributo de la justicia y el atributo de la piedad: la justicia juzga un acto por el acto en sí, y toda causa queda conceptuada a raíz del efecto que produce. La piedad no, ésta detiene su juicio en la identidad del ejecutor, y juzga a los efectos por su causa. Por ello este filósofo llega a la conclusión de que juzgar con extrema piedad es un desvío, de modo que el progreso moral no se basa en la misericordia, sino en «la vara de la justicia», lo suficientemente depurada y perfeccionada como pueda ir alcanzándose a través de los tiempos, incorporando en sí los aspectos compasivos a tener en cuenta.

Fuera del ámbito de la justicia, también la compasión extrema o mal entendida puede llevar a situaciones angustiosas o comprometidas: los padres que amparándose en el amor y la mal entendida misericordia malcrían a sus hijos, creando futuros “esperpentos”; o el marido que, bajo la misma excusa “sofoca” a su mujer con ese “amor” exacerbado, impidiéndole el espacio vital que ella precisa para sí misma. No es lícito, pues, ampararse en el Jésed para perpetuar conductas negativas. Pero la compasión en su justa medida, el verdadero “Jésed”, no puede ni debe aceptar que existan seres humanos de categoría inferior por ser indigentes, extranjeros o físicamente lesionados, resultando un poderoso fundamento de igualdad. Así, en el Judaísmo no es aceptable la expresión “Bienaventurados los pobres”, puesto que quien vive en la indigencia encontrará difícil desarrollarse a plenitud como ser humano creado “a imagen y semejanza de Dios”. ¿Quién puede desarrollar sus poderes mentales, físicos y espirituales cuando el hambre lo envuelve, la desnutrición lo imposibilita y la falta de abrigo y cama decente para dormir lo hacen vulnerable? Éste es un estado indigno consecuente de la pobreza, y que sufre quien la padece. Es pues, digno de compasión y los preceptos judíos obligan a actuar en consecuencia.

Finalmente, me gustaría referirme a otros dos aspectos del Judaísmo involucrados con la compasión: no puede existir en el Judaísmo discriminación alguna en cuanto al actuar compasivamente. En el Pentateuco se insiste, no una, sino muchas veces que el menesteroso de cualquier otra nación también debe ser tratado con piedad, alimentado y vestido junto con el pobre de Israel. Es más, no solo compación se le pide al hijo de Israel con relación al extranjero, sino amor: "Amad, pues, al extranjero, porque extranjero fuisteis en la tierra de Egipto" (Devarim/Deuteronomio, 10:19). Por otro lado, el comportarse compasivamente con el prójimo que lo necesita, tiene, para el Judaísmo, el poder de expiar las transgresiones. Toda compasión desinteresada, al final, redundará en beneficio de quien la pone en práctica. Se cuenta en un relato talmúdico que Rabí Yehoshua ben Jananiá, al pasar cerca del Monte del Templo (centro espiritual y de culto judío en Jerusalem) en ruinas, se lamentó: "¡Ay de nosotros, porque el lugar en el que podíamos expiar nuestras transgresiones está en ruinas!" La respuesta de su acompañante, Rabí Yojanán Ben Zacai, uno de los mayores educadores del Judaísmo, fue: "No desesperes, hijo mío. Aún poseemos un medio por el cual expiar nuestras transgresiones, que equivale a ese lugar. ¿Sabes cuál? Hacer actos de misericordia, como está escrito: "Porque quiero Jésed, no sacrificio..." (Hoshea/Oseas 6:6).

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(*)En la Biblia son numerosos los versículos y referencias hacia el Jésed en todos sus sentidos (piedad, amor, caridad, gracia…), pero entre los libros bíblicos se distingue uno que ha merecido el epíteto de “Jésed” porque durante toda la trama histórica que desarrolla, sus personajes van manifestando un sentimiento de entrega y compasión hacia el prójimo. Se trata de Meguilát Rut (o el Rollo de Rut): Un juez de Yehudá (Judea) abandona su tierra natal en momentos de dificultades, para radicarse, junto con su mujer, Naomí, y sus dos hijos, en tierras de Moab. En poco tiempo Naomí queda viuda y pierde a sus dos hijos. Al encontrarse en la indigencia decide regresar a su tierra (Yehudá). Una de sus nueras, Rut, elige no abandonarla, y la acompaña en la travesía de regreso, hacia una tierra para ella desconocida y que no sabe qué le deparará. Es aquí cuando Rut expresa una de las más emotivas palabras de compasión y entrega al Judaísmo: “No me ruegues que te abandone y me vuelva, porque yo iré adonde tú vayas y viviré donde tú vivas. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Moriré donde tú mueras y allí seré enterrada. Que el Eterno me castigue más de lo debido, si logra separarme de ti algo que no sea la muerte..”. A su llegada a Bet-Lejem (Belén), en tierras de Yehudá, para Ruth se pone de manifiesto una de las leyes sociales más relevantes del Judaísmo: no desamparar ni a la viuda, ni al huérfano, ni al extranjero, ni a ningún menesteroso. Por tal motivo, todo terrateniente del Pueblo de Israel tiene la obligación de conceder parte de su cosecha para los necesitados, a través de las leyes de “leket, shijejá y peá” (Leket: lo que se cae durante la cosecha, no se levanta; es para los necesitados. Peá: por el mismo principio el dueño no recoge la cosecha de las esquinas de su campo. Shijejá: lo que se ha olvidado recoger de la cosecha en el campo, no se puede retornar para tomarlo. Queda a disposición de quien lo necesite). Rut, pues, se dirige a tierras de Boaz (un pariente poderoso del marido de Naomí) a espigar detrás de los segadores, para ella y para su suegra. Al enterarse Boaz de la actitud piadosa de Rut hacia su suegra y su entrega al Pueblo de Dios, “bajo Cuyas alas has venido a refugiarte”, ordena que ésta sea protegida y atendida con exquisitez y la invita a comer junto con sus segadores. Por su parte Naomí, al enterarse de la actitud compasiva de Boaz, eleva una plegaria de alabanza por él y le recuerda a Rut que este es un pariente soltero de su marido. Con ello da a entender que Boaz puede ser un posible goel (redentor) para Rut, basándose en la ley judía en que el pariente cercano pudiente debería preocuparse por su familiar necesitado, y más cuando se trata de una viuda sin hijos. En este caso la redención podría terminar en matrimonio, dada la soltería de Boaz y la ausencia de hijos de Ruth, para perpetuar así la genealogía familiar. Naomí, en otro acto de Jésed, planea la situación idónea para que esta redención llegue a buen fin, y lo logra. Se consuma la unión marital entre Boaz y Rut. Ambos se convertirán en bisabuelos de uno de los más grandes reyes, estadistas y escritores de Israel: David ben Yishai.

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