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Pesaj

LA FUNCIÓN EDUCATIVA DE LOS RITOS EN EL JUDAÍSMO: EL RITUAL DE PESAJ

                        
En todas las sociedades existe una carga de ritos sociales y ceremonias, algunos ancestrales, otros menos, que se repiten con constancia, más o menos solemnes. La mayoría son ceremonias sociales que hacemos sin razonarlas; forman ya parte del consciente colectivo: dar la mano, un abrazo, un beso, el desear buenos días, el encendido de velas en la tarta de cumpleaños... Podría decirse que no hay sociedad ni ser humano que viva completamente al margen de los ritos y las ceremonias; su entorno cultural lo salpica con sus ritos y lo hace, quiera o no, su portador y transmisor.

En las religiones, no obstante, los ritos tienen un carácter no solo simbólico, sino también trascendental. Ayudan a los hombres a mantener vigentes sus creencias y les permite reivindicar conscientemente, de que están vivos, que trascienden; es una forma de manifestación pasiva de sentirse partícipes del Universo y su Creación, a pesar de no poder comprender la realización absoluta de esta experiencia, generalmente fuera del alcance del razonamiento de la mayoría de los humanos. Cuando un colectivo, religioso o no, se congrega para consumar y repetir los ritos fundados por sus patriarcas, buscan darle un sentido de trascendencia y unidad, tanto a sus creencias como a su razón de ser, en donde el sentimiento de identidad es crucial. A ello debe agregársele la certeza de los participantes en el rito, de que éste es beneficioso para todos, tanto individual como colectivamente. Con éste se convocan a las fuerzas protectoras que emanan de un Ser Supremo, capaces de crear, recrear, transformar o destruir, para que actúen en beneficio de la sociedad/colectividad.

En el Judaísmo los rituales se convierten en testimonio manifiesto de la relación existente entre El Ser Supremo y el hombre y su pueblo. Por ello los ritos constan tanto de ceremonias que incorporan plegarias, ofrendas, danzas, como de objetos y productos alimenticios rituales, que sirven para tener presente la presencia Eterna de El Creador y la perpetuación de sus Leyes Divinas. Actúan, por tanto, como símbolos de la concepción judía de santidad y de rectitud y, a su vez, ofrecen al judío un sentimiento de identidad colectiva que lucha por trascender y perpetuarse. Es por ello que aún los judíos no observantes conservan símbolos, ritos y objetos rituales que, a pesar de contener una carga netamente religiosa, les brindan un sentimiento de identidad y pertenencia.

Los ritos y las ceremonias judías invitan a reflexionar y a profundizar en la conducta espiritual del ser humano, toda vez que para el Judaísmo el comportamiento ético es esencial. Ahora bien, ¿para qué son necesarios ritos y ceremonias religiosas, preceptos y normas religiosas, en muchos casos inexplicables o velados para el razonamiento humano, si la esencia del judaísmo es el comportamiento ético de rectitud, integridad y solidaridad del ser humano? Se me ocurren dos argumentos: Primero, utilicemos el símil de una naranja: su esencia es la pulpa, no la cáscara; ésta generalmente se tira, se descarta, pero sin ella, la esencia de la naranja, la carne de su fruto no estaría protegida y, por tanto, sería inservible, se malograría. Ésta sería la funcionalidad de los preceptos y los ritos en el judaísmo: mantener, preservar su esencia, su "pulpa". Además, con el tiempo descubrimos que también con la cáscara de la naranja se pueden confeccionar dulces y tartas que endulzan el paladar. Una función similar pueden tener los ritos judíos, capaces, también, de otorgar un "sabor" especial, un placer extra, a quien cumple los ritos y preceptos con alegría y fe. En el precioso relato El Principito, su autor, Antoine de Saint-Exupéry, pone en boca del zorro unas significativas palabras sobre el cometido del rito:

"El principito volvió al día siguiente.

—Hubiera sido mejor —dijo el zorro— que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.

—¿Qué es un rito? —inquirió el principito.

—Es también algo demasiado olvidado —dijo el zorro—. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones…." 
(Capítulo XXI).

El segundo argumento se basa en la concepción de los rituales como medio educativo. Si el rito contribuye a crear una cohesión de grupo, sirve para peticiones específicas (personales o colectivas), así como para pedir perdón y también para agradecer y festejar por la vida, como hecho cultural no puede trascender si no es a través de la formación de los individuos que constituyen dicha agrupación social o religiosa. Es aquí donde el rito toma su papel como transmisor educativo. Permite a sus participantes, a través de los elementos repetitivos y la imitación, vivenciar momentos que "les hablan", les dicen algo que repercutirá, tanto en su devenir como en su creencia y espiritualidad. Por ello el judaísmo se esmera en reproducir rituales que "hablen" a todos los partícipes de la celebración, y con ello enseñarles "derej-erets" (literalmente "camino de la tierra", cuyo significado es la conducta moral íntegra y correcta del ser humano, que también puede traducirse como educación y comportamiento ético). Los sabios talmúdicos especificaron que el "Derej Erets precede a la Torá", lo que viene a enfatizar que sin una educación ética y conducta correcta, de poco servirá el estudio y conocimiento de las Leyes y Preceptos Divinos, que emanan de la Torá. Los ritos, entonces, con la fuerza de la repetición, tienen para el judaísmo la potestad de educar a sus integrantes en el camino correcto, de manera tal que puedan experimentar de que son componentes y colaboradores de algo importante que concierne a todos. Por eso exige un compromiso voluntario de cada integrante del ritual: ser partícipe y conciente de su propia progresión espiritual.

Posiblemente sea la festividad judía de Pésaj (Pascua, Fiesta de la Libertad, que conmemora la salida de los Hijos de Israel de la esclavitud en Egipto hacia la libertad) la que con mayor efectividad refleja el papel educativo del ritual. El Séder de Pésaj (ceremonia y cena ritual de la Primera noche de Pésaj) está impregnado de una serie de pautas multisensoriales que les brindan una experiencia educativa a sus asistentes. La Hagadá, esto es, el relato que se lee sobre la salida de Egipto, con sus diferentes episodios, preguntas, anécdotas, puntos de vista y ordenamiento ritual (séder significa orden) fue concebido por los sabios judíos de la antigüedad, para llevarlos a la práctica en el seno familiar, cuando ya había sido destruido el Segundo Templo de Yerushalayim/Jerusalem, y no era posible, por consiguiente, festejar la festividad por medio de sacrificios rituales en el Templo Sagrado. Y estos sabios pusieron en práctica conocimientos pedagógicos para hacer del Séder de Pésaj una experiencia educativa, a través de elementos rituales y simbólicos, recurriendo a los distintos sentidos de los que disponemos, con la misión de despertar, principalmente en los niños, el interés por la ceremonia, el relato histórico y los mensajes de libertad, fe y agradecimiento que se querían transmitir. De allí que el Séder se convierta en continuo recuerdo del éxodo del Pueblo de Israel, del "salto" (Pesaj significa saltear, pasar por encima) de la esclavitud a la libertad y, aún más, que los partícipes se sientan como si ellos mismos en ese momento, estuvieran atravesando ese paso trascendental de la servidumbre hacia la redención. La propia Hagadá de Pésaj recuerda: "En cada generación debe cada uno verse a sí mismo como si hubiera salido de Egipto". En resumen, la ceremonia ritual del Séder de Pésaj hace de ésta la recreación de la liberación de los hebreos y su continuidad como pueblo, agradecido por la salvación Divina.

Tomemos el elemento más significativo de la celebración de Pésaj: la matsá (pan ácimo). Está escrito en la Torá/Pentateuco: "Siete días comeréis matsot (panes sin levadura); ya en el día primero suprimiréis la levadura en vuestras casas; porque cualquiera que comiere leudado desde el primer día hasta el séptimo, será borrado de Israel… Y guardaréis las matsot, porque en este mismo día saqué vuestras huestes de la tierra de Egipto; por tanto, guardaréis este mandamiento en vuestras generaciones como ley perpetua" (Shemot/Éxodo 12: 15-17). Desde la celebración del primer Pésaj, con la salida de Egipto y la obtención de la libertad, el Pueblo de Israel convirtió a la matsá en el emblema fundamental del culto de la festividad, junto al sacrificio del cordero pascual y a la ingestión de hierbas amargas. ¿Pero por qué esta advertencia tan categórica por parte de El Creador, en cuanto a la prohibición de ingerir levadura? En el Judaísmo, y la propia Hagadá de Pésaj así lo corrobora, pueden existir varias interpretaciones para un mismo versículo y hasta precepto, porque la Torá "habla" y responde en distintos niveles, según la categoría intelectual de quien pregunta, o según la circunstancia de la vida. La Hagadá declara que en la Torá se infieren cuatro tipos de hijos: "uno sabio, uno malo, uno simple (o inocente) y uno que no sabe preguntar". Y a cada uno de ellos, utilizando una metodología pedagógica, se le debe contestar según el estado de implicación o de comprensión de cada hijo. Así, en cuanto a la ingesta de matsá o la supresión de la levadura, está el razonamiento sencillo, prácticamente literal, para contestar al hijo "simple": la ingesta de Matsá nos recuerda la premura con que salimos de Egipto, que no dio tiempo a que el pan se leudara, tal como lo describe la Torá (Shemot/Éxodo 12:39). Pero para el hijo sabio se precisa de una respuesta más profunda, vital y hasta espiritual: Tanto la matsá como el pan son, en esencia, lo mismo: harina y agua. ¿Qué los hace diferentes? La celeridad con que se amasa la harina y el agua, así como su horneado, no permite que la masa fermente, por lo que se obtiene un pan sin levadura, la matsá. El pan es, entonces, el resultado de la masa fermentada y, como tal, se eleva, se infla. La matsá, por el contrario es plana, casi sin volumen. Y esta diferencia es, precisamente, la que lleva a los sabios exégetas a hacer un símil entre el pan, la matsá y el ser humano: el pan, inflado, representa al hombre que se considera especial, grande, presumido de ego o de poder, lo que le hace dueño de un sentimiento de desprecio hacia los que considera inferiores a él; mientras que la matsá encarna al hombre humilde, sencillo, sin pretensiones de grandeza, ni interés por sentirse "elevado", sobre los demás (en la Hagadá también se le llama a la matsá "pan pobre, humilde, de aflicción"). Y así, nos comentan nuestros sabios, la Festividad de Pesaj nos viene a recordar que el ser humano no debe olvidar su humildad, su sencillez, pues, en esencia, interiormente, en el alma, todos somos lo mismo: pan y agua. Por tanto, debemos desprendernos de toda aquella "levadura" superflua, pues no hay motivo para sentirse superior a nadie, ya que ante los ojos de El Creador, todos tenemos el mismo valor. En otras palabras, al exigirnos El Eterno que en Pésaj nos desprendamos de la levadura que poseemos, nos indica que es la levadura interior, el orgullo, la que debe ser borrada de nuestro interior. Una gran lección viene a enseñarnos la simple ingesta de Matsá en el ritual de Pesaj, así como la prohibición de poseer levadura. El culto al servicio de la educación. Aún más, el término para nominar a Egipto en hebreo es Mitsrayim, cuya raíz significa estrechez, angostura. Así, si se entiende toda la celebración de Pesaj con profundidad, se nos está insinuando que dicha estrechez corresponde a nuestras propias limitaciones. Mientras sigamos viviendo con estrechez de miras, arropándonos por los límites que representan la soberbia, la ambición, la carrera por hacer acopio tan solo de bienes materiales, seguiremos morando en Mitsrayim, no podremos conseguir la ansiada Liberación. Cuando aprendamos a despojarnos del "jamets" (levadura) de nuestro interior, destruyendo todo vestigio de orgullo y descubramos la grandeza de la humildad y el dominio de nuestras pasiones (para el judaísmo a través de las enseñanzas de la Torá), hallaremos, por fin, la libertad, la salida de Mitsrayim.

Continuando con esta misma línea de razonamiento, el cabalista del siglo XX, Rabí Yehudá Ashlag (Baal HaSulam) en La Paz en el Mundove a cada ser humano dentro de la sociedad, como una rueda que forma parte de un complejo engranaje, formado por muchas ruedas que encajan entre sí. Cada rueda, por si misma, se mueve gracias al movimiento total de las ruedas que conforman la maquinaria, siguiendo al unísono una misma dirección, para el óptimo funcionamiento de la máquina. Toda la Humanidad, entonces, se asemeja a un gran mecanismo en donde cada uno de sus componentes, son ruedas dentadas que se engranan con las otras, activando a las demás, así como las demás la activan a ella. ¿Y que pasa si tan solo una de las ruedas decide (por orgullo, egoísmo o por sentimiento de superioridad) girar en dirección contraria al resto, o girar a su ritmo, aprovechando la fuerza motriz de sus compañeras, para su propio beneficio? Pues el equilibrio se desajusta y todo el sistema queda afectado, la sociedad queda afectada. Con ello volvemos al símil del pan con el orgullo y la vanagloria, y a la matsá con la modestia y la probidad. Una actitud orgullosa y soberbia de una sola "rueda" repercute en detrimento de la "maquinaria" entera, la sociedad, mientras que el bien total repercute en beneficio de cada uno de sus componentes, los individuos. A fin de cuentas, el que perjudica al "total", se perjudica a sí mismo y viceversa, el que beneficia a los demás se beneficia a sí mismo. Todo acto, deseo o pensamiento de cada individuo repercute en el total del sistema, la gran maquinaria. El total no conlleva ningún valor añadido sobre la suma de sus componentes, los individuos. Por ello, recalca Rabí Yehudá Ashlag, la libertad (que es lo que se conmemora y celebra en Pésaj) depende de cada uno de los individuos, si todos se integran en una misma armonía para el buen funcionamiento del sistema general. Si se utiliza la libertad para dar libre expresión al propio ego de cada uno, el resultado será el alejamiento de uno hacia el otro, la desarmonía y desequilibrio en el funcionamiento de la Gran Maquinaria.

Además de las matsot, otro elemento básico para la ceremonia del Seder es la bandeja (keará), que contiene distintos alimentos simbólicos para la festividad, y que se ingieren siguiendo un orden determinado. Algunos de estos alimentos pueden variar, según la región o la tradición a seguir. De igual modo, se pueden ofrecer distintos significados a sendos alimentos: el zeroa es, por lo general, un hueso, "brazo" de cordero asado, que viene a recordar la ofrenda de Pesaj, que se comía en tiempos del Templo Sagrado, siguiendo los mandatos de Dios; pero también simboliza que El Eterno liberó a Su pueblo de Egipto "con mano fuerte y brazo extendido", como se recita en la Hagadá. El maror es una hieba amarga (lechuga, rábano, u otra), para recordar la amargura de la esclavitud. Betsá es el huevo cocido, con varias interpretaciones en cuanto a su significado: como alimento propio del luto judío, puede aludir a la aflicción del pueblo de Israel por la destrucción de su Templo, o a la brevedad de la vida material y terrenal. Pero también recuerda la ofrenda festiva (Jaguigá) que se solía comer la noche de Pesaj en el Templo, y, por otro lado, nos adentra en el sufrimiento de la esclavitud en Egipto, ya que así como el huevo se endurece cada vez más mientras más tiempo permanece en agua hirviendo, así fue la esclavitud en Egipto, que con el tiempo se hacía más dura y cruel. También está en la bandeja el karpás (apio, perejil u otra), que puede simbolizar el verdor de la primavera (a Pesaj se le llama también Fiesta de la Primavera, porque ocurrió en dicha estación, y porque la primavera representa la renovación, la liberación). Otros sabios lo interpretan como otra hierba que recuerda las amarguras adherentes a la esclavitud, o en recuerdo de la venta de Yosef/José por sus hermanos, momento inicial causante del posterior exilio y esclavitud del pueblo hebreo en Egipto. El Talmud expresa que el karpástiene la función de despertar la curiosidad de los niños para que estén dispuestos a preguntar, pues es el primer alimento que se ingiere durante la cena ritual, remojado en agua y sal. El jaroset es una mezcla molida de dátiles, frutos secos, manzana, vino, canela, etc., que recuerda la argamasa, el barro con que los hebreos tenían que fabricar ladrillos, cuando estaban obligados por los egipcios e ejecutar trabajos forzados. El jazeret es otra hierba amarga, con significado similar al del maror, entre otras explicaciones. Sobre todos estos elementos se colocan tres matsot que, además de su simbología ritual ya expuesta, representan los tres ramificaciones del Pueblo de Israel: Cohén (sacerdotes) Levi (los levitas) e Israel; o rememoran el mérito de los tres Patriarcas (Abraham, Yitsjak/Israac y Yaacov/Jacob).

Fuera de la bandeja se pone un recipiente con agua salada o vinagre, que bien podría recordar las lágrimas del pueblo de Israel ante su sufrimiento de esclavos, o las aguas del Mar Rojo, por la cual atravesaron los hebreos milagrosamente, en su huida de Egipto. Las hierbas amargas de la bandeja son, por dos veces, remojadas en dicha agua y sal, mezcladas con el jaroset. Pero existe un simbolismo más profundo en el uso de la sal en agua: los cohanim/sacerdotes, en el servicio ritual del Templo, rociaban sal sobre los sacrificios ofrecidos en el altar; y la mesa judía preparada para comer es, en cierta forma, un ritual de ofrendas para El Eterno, donde el pan simboliza al sacrificio mismo. Por eso durante el Shabat/sábado, los dos panes que se ponen para bendecir en la mesa, también son salpicados con sal. En Pésaj, remojar en agua y sal simboliza la ruptura con todo lo pagano que representa Mitsrayim/Egipto, para adentrarnos en un Pacto eterno con El Creador, con la promesa de alejarnos de la negatividad que conlleva una "fermentación" moral (como ya lo hemos expuesto, el orgullo, la corrupción), tal como la sal corta el proceso de fermentación en una masa leudada.

Se podría preguntar por qué tanta insistencia en recordar la esclavitud, su amargura, el llanto que ocasionó. Para el judaísmo cualquier acontecimiento, infausto o venturoso, debe admitirse como una experiencia por la que se debe pasar, para obtener de ella una lección de vida. El pueblo de Israel, así se colige de la interpretación bíblica, tenía que pasar por la trágica experiencia de la esclavitud, para obtener de ella un corolario que fuera capaz de beneficiarlo y elevarlo espiritualmente, como pueblo en ciernes. También esto puede deducirse del profuso y sugestivo ritual de Pesaj. Tanto el pueblo como el individuo deben estar preparados para soportar todo tipo de pruebas y amarguras, si quieren lograr, finalmente, vivenciar la liberación y experimentar la Divinidad. Tomemos el símil ya utilizado de la naranja: para beneficiarnos de su zumo, la naranja debe ser exprimida. Ésta sería el cuerpo del hombre, y el zumo, su esencia transformada en amor y placer. Se sufre, se es exprimido, para obtener, finalmente, el dulce zumo del amor. Esta reflexión se contradice, claro está, con la tendencia conductual de nuestros días, en donde se aspira a la "liberación" (se entiende que material), a amar y ser amado, con el mínimo esfuerzo o padecimiento. No así lo ve el judaísmo.

Otro elemento ritual importante en el Séder es el vino. Por un lado, el vino representa la alegría, el regocijo y, por otro, se beben cuatro copas durante todo el ritual, para brindar por las cuatro locuciones utilizadas por Dios en la Torá (Shemot/Éxodo, 6/6-7) para referirse a la liberación del Pueblo de Israel: "Ve-hotseti": "os sacaré de los trabajos forzados en Egipto";"Ve-hitsalti": "os salvaré de su servidumbre"; "Ve-gaalti": "os redimiré con brazo tendido y con grandes juicios" y "Ve-lakajti": "os tomaré como pueblo Mío, y seré vuestro Dios…". Existe una quinta expresión divina: "Ve-heveti": "Y os traeré a la tierra que juré dar a Abraham, a Isaac y a Jacob y os la daré por heredad" (6/8). En remembranza de este pronunciamiento se pone en la mesa una quinta copa, que no se bebe, llamada "Copa de Eliyahu/Elías el Profeta". Para el judaísmo el profeta Elías es el predecesor del Mashiaj/Mesías, que traerá la redención íntegra y definitiva, tanto del pueblo como de la Tierra de Israel. Esta quinta copa simboliza también el precepto de hospitalidad que debe prevalecer en todo hogar judío, más aún en Pésaj (se acostumbra a dejar la puerta del hogar abierta y se inicia la Hagadá con las palabras: "Todo el que tenga hambre que venga y coma, todo el que tenga menester de celebrar Pesaj, que venga y lo celebre").

Como se puede apreciar, todo el ritual de Pésaj se empapa de símbolos que tienen por finalidad enseñar y educar a sus asistentes, buscando su identificación y conservando la memoria histórica del acontecimiento, así como revivir el hecho histórico, con miras hacia una futura redención y hacia una actitud ética del judío, como pueblo y como individuo, en su devenir. Quizás por ello, tanto en el Séder como en la Hagadá se hacen constantes referencias a los pares de opuestos: lamatsá (el pan no leudado) con el jamets (levadura); la libertad con la esclavitud; la alegría con la pesadumbre; lo dulce con lo amargo; la luz con la oscuridad, la sabiduría con la ignorancia.

Finalmente, toda la ceremonia del Séder de Pésaj no tiene por qué ser estática, invariable. El judaísmo no es estático; se fundamenta, claro está, en los preceptos y normas de vida establecidos desde la época de los Patriarcas, que emanan de la voluntad Divina y que los sabios talmúdicos y antiguos interpretaron. Pero su visión es la de trascender, la de perpetuarse en la posterioridad, en las realizaciones por venir. De allí que día a día surjan nuevos enfoques, criterios contemporáneos, por parte de distintos sabios judíos del presente. Por ello cada ser humano, toda sociedad, que forma parte de esta evolución, es co-partícipe de iniciativas y procesos cooperativos. Está escrito que El Eterno creó al hombre a su "imagen y semejanza", y si es así, el hombre, con su espíritu creativo y su libre albedrío, que emanan de Dios, debe continuar la obra que su Creador le ha concedido y transmitido. Por consiguiente los rituales también pueden ser enriquecidos con nuevas perspectivas, aún más si éstos cumplen también con una misión pedagógica. Siendo así, cada participante puede asumir y exponer su propia facultad creadora. En el riquísimo ritual de Pésaj este proceso creativo queda reflejado: Así como hay distintas interpretaciones y diversos alimentos para el mismo término hebreo, no se prohíbe que cada comunidad o familia, además de mantener el ritual tradicional, agregue de su propia creatividad. Claro está que con el tiempo, dicha complemento empieza a formar parte integral del Séder, que es adoptado por todos sus miembros comunitarios. Así, por ejemplo, entre los judíos sefaraditas de Marruecos, antes de empezar la lectura de la Hagadá, se acostumbra tomar la bandeja ritual y pasarla por sobre la cabeza de todos los comensales, acompañado por una oración repetitiva que bien podría traducirse como "con premura salimos de Egipto", una especie de dramatización, para que cada partícipe del ritual sienta como si en ese momento "él mismo hubiera salido de Egipto" (tal como lo recalca la propia Hagadá). En otras comunidades la dramatización se hace más aguda, puesto que el padre o quien preside la mesa, con una servilleta a modo de alforja, camina alrededor de la mesa, mientras se entabla un diálogo con el hijo, que podría ser algo así como "-¿De dónde vienes? -De Egipto. -¿Adónde vas -Hacia la Tierra de Israel -¿Por qué? -Porque somos libres". Algunas familias van más lejos: todos se descalzan y se visten con largas túnicas, imitando a los hebreos de aquel momento histórico, y cuelgan telas a modos de tiendas o carpas. Hasta comen sobre cojines, mientras que la comida está sobre una mesa baja, a la altura de los almohadones. Otra costumbre muy extendida es la de beber las copas de vino inclinados hacia el lado izquierdo (y en algunas comunidades también la matsá), a modo de respuesta para una de las cuatro preguntas que el hijo pequeño le hace al padre durante la lectura de la Hagadá: "Por qué es diferente esta noche de las demás noches, puesto que todas las noches comemos bien sentado o bien recostados, y esta noche todos nos recostamos? Esta ceremonia vuelve a dar una enseñanza ejemplar: porque somos libres, y comemos con libertad, como solían hacerlo los reyes. Puede agregarse, también algún "derash" o comentario para algún versículo que se quiera esclarecer, o alguna explicación sobre el ritual en sí, aunque no esté en la Hagadá. Siempre debe mantenerse el ambiente de expectativa y diversión, especialmente para los menores, puesto que posiblemente lo que "hablaba", educaba o conmovía a niños y jóvenes de épocas ya transitadas, no logre estimular por igual a los de hoy, más aún cuando posiblemente el idioma hebreo, algo arcaico de la Hagadá, les resulte complicado y tedioso. Las canciones intercaladas en la ceremonia, ya sea en hebreo o en lengua nativa, tanto las tradicionales como las modernas, ayudan a lograr esta dinámica creativa y educativa del Séder de Pesaj.

El modelo educativo que promueve el judaísmo, formar para transformar, tiene su apoyo en su propio ritual, como aquí se ha tratado de esclarecer en base a las ceremonias que bordean la festividad de Pesaj. Si interpelamos el cometido de los ritos judíos dentro del modelo educativo, podemos considerar que su funcionalidad se ciñe con efectividad a las tres etapas que plantea el sabio y cabalista judío Jaim Zukerwar, recientemente fallecido, sobre el sistema educativo: la creencia (que es el primer nivel de entendimiento y conocimiento; es emocional), la comprensión (un modelo educativo compartido por las generaciones, de allí que el padre pueda comprender a su hijo; es un nivel de entendimiento intelectual) y la sabiduría. Aquí hay que pararse a preguntar, como lo plantea Zukerwar (Halel.org): ¿Cuáles son los objetivos de esta sabiduría, del sabio que la aplica, de su sistema educativo? ¿Es el modelo dinámico de altruismo, tal como lo promueve el judaísmo? Toda sabiduría o corriente de pensamiento llega a materializarse en actos concretos (el Libro Bereshit/Génesis de la Torá ilustra que el mundo fue creado para la acción), y cuya materialización más sublime son los actos altruistas. Éste es el propósito de la educación judía y uno de los propósitos inherentes a sus ritos. El estudio en el judaísmo es un medio para que los hombres agudicen su discernimiento, para así llegar a la comprensión, y de ésta a la acción, pero tomando conciencia que las acciones deben conducir al bien colectivo. La educación judía forma a los humanos, individual y colectivamente, para transformar la actitud de autojustificación y percepción subjetiva de la realidad. Consiste en emplazar a los hombres, a sus comunidades, hacia el compromiso con el prójimo, con la sociedad.

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