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Shalom (Paz)


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Raban Shimón ben Gamliel dice: sobre tres bases el mundo perdura: la Justicia, la Verdad, y la Paz, pues así esta dicho (Zejariá/Zacarías 8/16): 'Impartid en vuestras audiencias la verdad, la justicia y la paz' ''. (Mishná Avot, 1/18)

La concepción judía de la paz es compleja, como complejo es definir su terminología hebrea: Shalom. Este vocablo no solo se detiene en un simple significado de paz como tal, sino que lo nutre de significado, refiriéndose también a conceptos como integridad, perfección, plenitud, obra concluida (shelemut), sosiego, calma, armonía, prosperidad. Ello, en vez de restar coherencia a la condición de paz, la enriquece, dotándole de connotaciones éticas importantes: ¿puede existir la paz sin un estado de plenitud, armonía y sosiego entre sus partícipes? ¿Puede un escenario bélico hacer suyas, acaso, dichas connotaciones? Para el judaísmo bíblico, la paz, shalom, es la mayor de las bendiciones, es la máxima expresión del Jesed (bondad, amor). Era el estado primigenio desde la Creación, en el Gan Eden/Jardín del Edén, donde animales y humanos convivían pacíficamente. Y será, también, el estado al que se aspira para el “postrer de los días”, como lo recuerda la profecía de Yishayahu/Isaías: “El lobo morará con el cordero,el tigre descansará junto al cabrito; el becerro y el leoncillo crecerán juntos y serán guiados por un niño pequeño. La vaca y el oso comerán juntos, y juntas descansarán sus crías. El león comerá hierba, como el buey. El niño lactante jugará en la guarida del áspid y meterá la mano en la madriguera de la víbora” (11/6-8). La paz se convierte en una de las más grandes bendiciones que El Eterno otorga a los humanos: “Yo formo la luz y creo la oscuridad; hago Shalom y creo el mal”(Yishayahu/Isaías 45/7). O: “El Eterno bendecirá a su pueblo con Shalom” (Tehilim/Salmos 29/11). A fin de cuentas, la máxima expresión de Paz es el Dios mismo, quien, como se repite con constancia en las plegarias diarias del Judaísmo, “hace la paz en las alturas y hará la paz sobre nosotros y sobre todo su pueblo de Israel”, o como evoca Mishlé/Proverbios: “Sus caminos son caminos deleitosos y todas sus sendas son de paz (3/17)”. Shalom es, también, uno de los sagrados nombres para referirse a El Eterno. En Shoftim/Jueces (6/24), el héroe Guideón proclama a Dios con el epíteto “El Eterno- Shalom”.

Entre el estado de paz plena del Jardín del Edén y la plenitud pacífica, mesiánica, que proclama el profeta para los días postreros, estados ideales éstos, se encuentra la realidad, en la que diariamente tenemos que convivir los humanos y las sociedades. La Torá no se escabulle de dicha realidad social; por el contrario, propone una serie de normas y comportamientos que buscan, precisamente, llegar algún día a ese estado mesiánico ideal. Las Mitsvot/preceptos se convierten así en el óptimo proceder para lograr, escalonadamente, dicho estado ideal: de allí los preceptos que condenan matar, robar, oprimir a los desvalidos, explotar al siervo, o los que alientan el amor al prójimo (“amarás a tu prójimo como a ti mismo”), las leyes de tsedacá (justicia social) y de protección a los más débiles. Son pasos que se proyectan al futuro, que aspiran llegar al estado mesiánico en que “convertirán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará nación contra nación su espada, ni se adiestrarán más para la guerra (Yishayahu/Isaías 2/4).”

Con la aspiración a la plenitud del Shalom el Judaísmo no pretende excluir, en la realidad social, todas las guerras, o aspira a que el hombre ponga “su otra mejilla” ante la agresión. El hombre y su pueblo tienen el derecho a defenderse ante su peligro de extinción. En el tercer libro de la Torá, Vayicrá/Levítico, inmediatamente después que aparece la bendición de la paz por parte de El Eterno, como culminación de todas las bendiciones, Dios insta a la lucha en términos sobrecogedoresY daré paz en la tierra, y os acostaréis sin temores; y haré desaparecer de vuestra tierra las malas bestias, y la espada no pasará por vuestra Tierra.  Y perseguiréis a vuestros enemigos, que caerán por la espada ante vosotros. Cinco de vosotros perseguirán a ciento, y ciento de vosotros perseguirán a diez mil, y vuestros enemigos caerán ante vosotros por la espada (26/6-8)”. Ahora bien, el estado bélico para la Biblia y el Judaísmo no es una situación ideal, y ante su necesidad se deben seguir ciertas normas. Ante todo se debe tener presente la prohibición del derramamiento de sangre, como se estipula en Bereshit/Génesis y varias veces a lo largo de toda la Torá: “Quien derrama la sangre de un hombre, también su sangre será derramada, porque Dios hizo al hombre a su imagen(9/6).” No obstante, ante el peligro de tu propia muerte, o el peligro de la desaparición, frente un ataque, de tu pueblo y tu Fe como tal, se te permite optar por el estado bélico. Ante determinados pueblos la Torá, por boca de El Eterno, justifica la guerra. Así se expresa el libro Debarim/Números ante la ignominiosa actitud de Amalek: “Borrarás la memoria de Amalek de debajo del cielo (25/19)” porque “os acometió en el camino matando por la espalda a los rezagados, y se aprovechó de que ibais cansados y debilitados, sin temor de Dios” (25/18). También con relación a los moabitas y los amonitas se dictamina algo similar: “no buscarás nunca la paz ni la prosperidad de ellos” (Devarim/Deuteronomio 23/7) por cuanto “no salieron a recibiros con pan y agua en el camino cuando salisteis de Egipto, y encomendaron a Balaam… la misión de maldecirte (23/5). En contraposición, en el mismo capítulo bíblico también se advierte que a determinados pueblos no se les debe atacar: “No aborrecerás al edomita porque tu hermano es, ni tampoco al egipcio, porque extranjero fuiste en su tierra (23/8)”.

Se justifica, pues, en determinados casos, tomar las armas. Sin embargo, la propia Torá reconoce que no es el estado ideal ni un acto moral. Éste corresponde a la paz, en todo su sentido. Por algo la Torá repite, con sus distintas variantes, el término paz, Shalom, hasta 237 veces. En el mismo capítulo de Devarim/Deuteronomio anteriormente citado se especifica: “Cuando emprendieres a guerra contra tus enemigos, te guardarás de toda cosa mala (23/10)”. Ello da a entender que, dado a que se tiene que llegar a un estado que no es el ideal, por lo menos la actitud de los soldados debe ser lo más correcta y ética posible. Incluso “Cuando te acerques a una ciudad para combatirla, primero le ofrecerás la paz. Y si respondiere aceptando la Paz, y te abriere sus portales, toda la gente que en ella se hallare, será tributaria y te servirá. Mas si no aceptaren la paz, combatirás contra ella y la sitiarás… herirás a todo varón suyo a filo de espada. Solamente las mujeres y los niños, y los animales, y todo lo que haya en la ciudad, todo su botín tomarás para ti (Devarim/Deuteronomio, 20:10-20)”. Se presenta en la Torá un constante conflicto entre el ideal ético de la paz y la realidad social que exige el enfrentamiento bélico, con toda la complejidad que ello conlleva. Por un lado se exige la paz, como recuerda el Salmo 34 de Tehilim/Salmos “aléjate del mal y haz el bien, pide la paz y persíguela (15)”; y por otro, se alienta la guerra en momentos necesarios. A este respecto el sabio exégeta RAMBAM/Maimónides (Siglo XII) explica (Hiljot Melajim, 5) que no se puede hacer la guerra hasta que no se haya intentado la paz. Incluso se debe distinguir entre una guerra como mandato divino (Mitsvá) y la guerra opcional. Entre estas últimas entrarían las guerras de expansión, que aunque no existe prohibición explícita hacia ellas, los sabios judíos afirman que para llevarlas a cabo es necesario, con anterioridad, recibir el visto bueno de un alto tribunal, que testifique que la misma es necesaria, a tal punto que sea justificable un derramamiento de sangre. En el ya citado Pirké Avot/Ética de nuestros Padres, de la Mishná, se recuerda: “¿Quién es el valiente? el que domina sus pasiones, pues está escrito (en Mishlé/Proverbios 16/32): ‘el hombre que sabe refrenar su cólera vale más que el héroe; el que domina su espíritu es superior a quien conquista una ciudad’(4/1)”. Por tanto, la valentía no estriba en la conquista de pueblos o naciones, en guerras por la supremacía, sino en dominar los propios instintos, en no actuar irreflexivamente, en la búsqueda de la paz interior. Incluso cuando la necesidad social te obliga a tomar las armas, a romper ese estatus de la paz, las consecuencias se hacen notar, a pesar de la victoria. No me refiero únicamente a las muertes de soldados y civiles, al dolor de las familias desgajadas, a la pérdida de infraestructura civil o económica, al precio de la reconstrucción después de la batalla, sino también a las consecuencias espirituales. El Rey David, al final de su reinado estaba dispuesto a construir la Casa de Dios, el Tempo Sagrado, pero este mérito le fue negado por el mismo Eterno. Así está escrito en Dibré Hayamim/Crónicas I (22/7-8): “Y le dijo David a Shelomó/Salomón:'Hijo mío, he tenido en mi corazón el anhelo de edificar una casa al nombre de El Eterno mi Dios; pero vino a mí la palabra de el Eterno, diciendo: 'Tú has derramado sangre en abundancia y has llevado a cabo grandes guerras. No edificarás una casa a Mi nombre, porque has derramado delante de Mí mucha sangre en la tierra ante mi vista’.” Entonces David encomendó la sagrada misión a su hijo Shelomó. Este acontecimiento nos demuestra que las guerras, aunque sean por la vida y supervivencia de tu fe y tus ideales, no es del todo vista con buenos ojos por El Eterno. No significa que Shelomó fuera éticamente superior a David (más bien lo contrario), pero David fue un combatiente durante toda su vida y como tal, no se ajusta al espíritu de la paz que promulga la Torá y la construcción misma de la Casa de El Eterno. Del mismo modo nos recuerda la Torá (Shemot/Éxodo, 20:25) que se prohibió la utilización del hierro (cincel) para la construcción de altares a Dios y del propio Templo, pues éste era el mineral por excelencia de las armas para la guerra.

En su momento histórico la concepción ética del judaísmo en cuanto a que la guerra es inmoral y destructiva y que la paz es el estado éticamente óptimo en un mundo perfecto, fue una idea socialmente revolucionaria, cuando pueblos enteros luchaban por la conquista de tierras, la hegemonía y la superioridad militar, aún cuando admitiera que la realidad social obliga a romper con la condición ideal de paz. Incluso el profeta de la paz, Yishayahu/Isaías, anteriormente citado, quien previene a Ajaz, rey de Yehudá/Judea, /siglo VI a.e.c) para que no se subleve contra el imperio asirio, que ya había arrasado el Reino de Israel en el norte (¡ya se había manifestado desnudo para prevenir a Yehudá contra la guerra! -20/3-), cambia de parecer cuando las tropas de Sanjerib/Senaquerib asedian Yerushalayim/Jerusalem y amenazan a Yehudá con su destrucción. Entonces Yishayahu comprende que cuando la guerra es inminente y que su pueblo y sus creencias están en peligro de desaparecer, su responsabilidad es animar a su rey Jizkiyahu/Ezequías y a su pueblo al enfrentamiento, hasta la victoria. El “perseguidor de la paz” fundamenta los criterios que conllevan a una guerra justificada. Se corrobora así la sabiduría del rey Shelomó/Salomón cuando apunta en Kohelet/Eclesiastés: “Cada cosa tiene su momento oportuno y su tiempo bajo el cielo… tiempo de guerra y tiempo de paz (3/1-8)”. (*)

En el Talmud no solo se ensalza la paz como el valor supremo de la Torá (“Toda la Torá sólo existe en aras de la paz” Git. 59b), sino que además se exige de todo sabio que difunda la paz (Berajot 64a). El sabio talmúdico Hilel toma a Aharón el Cohén/Sacerdote como referencia para atribuirle las cualidades del hombre pacífico. Así se expresa en la Mishná (Pirké Avot, 1/12): “Procura ser como los discípulos de Aharón; ama la paz y búscala; ama a los hombres y acércalos al estudio de la Ley”. La misión del cohén era la de bendecir al pueblo y acercarlo a la armonía Divina, así como la de llenar de verdadero sentido a la paz, como receptor de las bendiciones. Aharón, hermano de Moshé/Moisés y primer Cohén del Pueblo de Israel, cumplió cabalmente su misión. Se dice de Aharón que cuando tenía noticias de que dos se encontraban en disputa, iba a visitar a cada uno de ellos por separado, y les hacía ver que el otro estaba apenado y apesadumbrado por la ofensa y perjuicio que le había causado a su adversario. Con ello conseguía que cuando ambos se volvieran a encontrar, se perdonaran e hicieran las paces. Igualmente velaba por la paz de los Hijos de Israel con Dios. Cuando alguno incurría en una ofensa contra El Creador, no cejaba hasta que aquél hiciera acto de enmienda. Sobre Aharón y los cohanim/sacerdotes está escrito: “La ley de la verdad estaba en su boca; injusticia y mentira no había en sus labios. Andaba conmigo por el camino de la paz y la integridad, e hizo volver a muchos de su iniquidad” (Malají/Malaquías, 2/6).

No solo Aharón manifiesta su anhelo de paz en la Torá. Su propio hermano, Moshé, promotor de la justicia, comprende que ésta no pude manifestarse en su totalidad si no va acompañada de la paz. Cuando Dios le promete que le dará en sus manos a Sijón el emorí, rey de Jeshbón, Moshé, antes de actuar con beligerancia, procura la paz: “Desde el desierto de Kedemot envié mensajeros a Sijón, rey de Jeshbón, con palabras de paz: ‘Permíteme pasar por tu territorio. Andaré derecho por el camino, sin apartarme a la derecha ni a la izquierda. Comeré la comida que me vendas por dinero y beberé del agua que me vendas por dinero. Solamente te pido que nos dejes pasar, tal como nos lo han permitido los descendientes de Esav/Esaú que viven en Seír, y los moabitas que viven en Ar, hasta que crucemos el río Yardén/Jordán, en dirección a la tierra que El Eterno nuestro Dios nos ha dado.’ (Devarim/Deuteronomio, 2/25-29)”. Sólo cuando su petición fue respondida negativa y agresivamente, Moshé emprende el camino de la guerra. El midrash talmúdico subraya que este acto se ajusta al ya citado versículo de los Salmos: “aléjate del mal y haz el bien, pide la paz y persíguela”. “Pide la paz” (Bakesh shalom) significa, según el midrash, el sitio donde te encuentras; “y persíguela” (veradfehu) se refiere a otro lugar. Después de Moshé también su discípulo, Yehoshua/Josué, acostumbraba a enviar misivas con propuestas de paz antes de emprender la guerra por la conquista de la Tierra de Israel.

Abraham, el Patriarca del Pueblo Hebreo, representa también, con sus actos, el ideal de la paz. Ello queda patente con la propuesta que le sugiere a Lot, su sobrino: “Te ruego que no haya peleas entre nosotros, ni entre tus pastores y los míos, porque somos hermanos. Ahí tienes toda la tierra, para que escojas. Por favor, sepárate de mi. Si deseas ir a la derecha, yo me iré a la izquierda; y si deseas ir a la izquierda, yo iré a la derecha” (Bereshit/Génesis 13/8-9). Era una aspiración de paz familiar, pero también con otros dirigentes de Quenaán, Abraham fraguó pactos de paz. Con Abimelej, por ejemplo, juró un pacto de amistad y trato bondadoso (Bereshit/Génesis 21/23). Sólo en caso de extrema necesidad Abraham se vio obligado a tomar las armas, como cuando salió en rescate de su sobrino Lot, que había caído prisionero, al ser atacadaSedom/Sodoma, la ciudad donde moraba (Bereshit/Génesis 14/14-23). Incluso después de la victoria Abram (su nombre original) se negó a tomar para sí de los bienes conquistados en la batalla. A Malkitsedek/Melquisedec, rey de Salem (¿Jerusalem?) “le dio diezmo de todo”, y al rey de Sedom, quien le propuso que le devolviera las almas rescatadas y que se quedara con los bienes, le respondió: “Ni siquiera un hilo ni un cordón de calzado ni nada que sea tuyo he de tomar para mi” (23). Abraham no quería recompensa obtenida por medio de una batalla, para que no se dijera que su riqueza se debía a la guerra, y no a la misericordia de El Ser.

Podría entenderse la paz, desde la perspectiva judía, no como lo contrario a la guerra, sino más bien a todo acto violento; en otras palabras, un estado de plenitud, bienestar, sosiego y armonía. Por tanto, no es solo un estado determinado absoluto, sino un ideal y la búsqueda de dicho ideal. No basta con amar la paz; hay que buscarla. Por la búsqueda de la paz, que conlleva a la convivencia, se debe renunciar a otros estadios prácticos o positivos, como recuerda la sentencia halájicá de la Mishná: “mipné darké shalom” (“en aras del camino de la paz”). Y son precisamente los rabinos, los dirigentes y los sabios comunitarios los encargados y responsables de promover dicha paz, como también lo sentencia repetidamente el Talmud: “Talmidé jajamim marbin shalom baolam” (“discípulos de la sabiduría acrecientan la paz en el mundo”).

Ahora bien, ¿qué relación puede tener el valor de la paz con otros valores de la ética judía? Encabezamos esta reflexión con la frase de Raban Shimón ben Gamliel, enPirké Avot: “sobre tres bases el mundo perdura: la Justicia, la Verdad, y la Paz”. El Talmud (Taanit 4, 35), comentando esta máxima, reconoce que la paz, la justicia y la verdad se complementan armoniosamente, al punto de fusionarse en una misma cosa: asentada la justicia, logra asentarse la verdad y puede constituirse la paz. El profeta Zejariá/Zacarías lo subraya: “Estas son las cosas que debéis hacer: diga cada cual la verdad con su prójimo; ejecutad juicios de verdad y de paz en vuestros portales” (8/16). Tres preceptos éticos en un mismo versículo. Es innegable que la paz debe ir acompañada de la justicia, pues de lo contrario aquélla perdería su validez y su sentido como tal. El Tanaj/Biblia lo corrobora constantemente. Y también el Tanaj recuerda que para los que obran mal, injustamente y con iniquidad, no habrá paz: “No hay paz para los malvados, dice El Eterno” (Yishayahu/Isaísas 48/22). Dice un midrash (ya comentado) que el mundo fue creado por El Eterno en la condición de Ley, justicia, pero al finalizar la Creación asumió cuán estricta sería la vida para los seres humanos con solo la justicia Divina, por lo que agregó el Jésed (bondad, piedad…). Este binomio de Justicia y Jésed es lo que conlleva al estado de paz. No se pude construir la paz sin la justicia y tampoco sin la disposición de la compasión y la bondad. Es justo desear la paz a todos; la paz que es integridad, armonía, plenitud; es también desear bienestar, salud, libertad. Por algo en el judaísmo y en otras culturas semíticas el saludo por el bienestar del prójimo (que en hebreo se especifica como “berajá”, bendición) es “Shalom Aleja” (“que la Paz sea contigo”), o simplementeShalom. Lo mismo se repite para la frase de despedida: Shalom. Desde el Bereshit/Génesis este vocablo fue utilizado por los hebreos para saludar y preguntar por el bienestar de los demás. Así lo hizo Yosef/José, en Mitsrayim/Egipto, quien pregunta de incógnito a sus hermanos por su padre: “¿Hashalom vuestro padre, el anciano?” (43/27). O cuando Yaacov/Jacob preguntó a los pastores por Labán su tío (“¿Hashalom lo?” 29/6).

¿Qué hay del tercer principio ético de la máxima, la verdad? La verdad es el sello Divino, es su nombre (“El Señor es Emet/verdad”). “Amad la verdad y la paz” sentencióZejaría/Zacarías el profeta, en nombre de El Ser Supremo (8/19). No se puede concebir un mundo ético y espiritual sin la verdad, y por su puesto, tampoco un mundo de paz. No obstante, el judaísmo reconoce que vivimos en un mundo complejo, donde la mentira existe (en la Cabalá/Cábala se conoce a este mundo como “Olam Hashikrá”, “el mundo de la mentira”). Por tanto, el Talmud reconoce que en “aras de la paz” (mipné darké shalom), la verdad puede verse afectada: “Por el bienestar de la paz la verdad puede quedar sometida” (Yebamot 65b). Lo reconocemos en el midrash ya comentado sobre Aharón, quien en aras de la paz entre dos individuos enfrentados, es capaz de decir al uno, sin ser cierto, que su contrincante está apenado por su actitud. Lo reconocemos cuando los hermanos de Yosef/José, ya reconciliados con éste, que ejerce como gobernador de Mitsrayim/Egipto, temiendo su reacción contra ellos después de la muerte del padre, Yaacov/Jacob, le suplican que considere las palabras del padre: “Decidle a Yosef que perdone el pecado de sus hermanos” (Bereshit/Génesis 50/17). Palabras que no constan en la Torá que Yaacov las hubiera pronunciado, pero que vienen a sustentar que en aras de una paz familiar bien valen ser dichas.

Existe otra paz que en el judaísmo es fundamental: la paz consigo mismo, la paz interior. Para lograrla es necesario acoplar nuestros deseos, que se manifiestan a través de la materia, el cuerpo, con las aspiraciones que nos demanda el alma. Como ya ha quedado de manifiesto, Shalom también significa integridad; integrar en un todo los deseos del cuerpo con las aspiraciones espirituales. Integridad es saber qué y cómo utilizar los deseos para satisfacer al alma. Para lograr dilucidar este conflicto el Judaísmo remite a los escritos sagrados, la Torá, que a su vez encamina hacia la búsqueda de la Unidad con El Ser Supremo. El Eterno, a su vez, emite preceptos cuya finalidad es lograr dicha armonía integradora: “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Vaikrá/Levítico 19/18) sería el punto culminante de dichos preceptos. Grandes rabinos talmúdicos, como Rabí Akiba, lo repitieron sin cesar. Es muy conocido el midrash talmúdico en el cual cierto impertinente le pidió a Rabí Hilel que le enseñara toda la Ley (Torá) en el tiempo que pudiera mantenerse sobre un solo pie. Su respuesta fue: "Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a otro. Esa es toda la Torá; lo demás es comentario” (Shabat 31a). También expresó el ya citado “Ama a los hombres y acércalos a la Torá” (Avot 1/12). Aquí estriba el punto de partida de la paz, la paz interior y la paz social: el amor, el no desear el mal al prójimo. Si deseas el bien de todos y respetas las creencias e idiosincrasias de todos los pueblos y culturas, no habrá suficiente razón para romper con el estado de paz y preparase para la guerra. Las prescripciones del Judaísmo demandan respeto a todos: “Los justos de todas las naciones tendrán su parte en el mundo venidero”, sentencia el Talmud (Tosefta) y lo reafirma RAMBAM/Maimónides (siglo XII e.c.) cuando escribe que la salvación no es patrimonio único de los judíos, sino que todas las naciones tienen parte en ella. Por ello explican los sabios talmudistas que Dios creó a Adam/Adán como único ancestro de la Humanidad, para que nadie pueda atribuirse ser superior o mejor que los demás. Por la misma razón el Judaísmo se ha opuesto al intento homogenizador de algunas culturas que han querido implantar su cultura y sus creencias como únicas e irrefutables y, por tanto, su falsa “paz”. Ello ha llevado, consecuentemente, al enfrentamiento bélico, en detrimento de la verdadera paz. La Fe judía cree en un Dios que ama a las personas individualmente, por sí mismas, con sus creencias y diferencias. Y corresponde a los seres humanos, por tanto, imitar Su proceder. Cuando ello se logre se estaría iniciando la ya mencionada era mesiánica de los “días postreros”, que como Sentencia RAMBAM, “en aquel momento no habrá ni envidia ni guerra”, bajo las alas protectoras del Mashiaj/Mesías, que en la profecía de Yishayahu/Isaías se le nomina también como “Príncipe de la paz” (“Sar Shalom”, 9/5) y “Divulgador de la paz” (Mashmia Shalom, 52/7). (**)

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(*) Actuaciones en la búsqueda de la paz antes de emprender el camino de la guerra, las encontramos en personalidades judías a través de la historia. Quizás el más destacado y contemporáneo fue Albert Einstein. Einstein, además de científico destacado y Premio Nobel, fue un ferviente pacifista, opositor de las guerras. Había establecido la Fundación Internacional Einstein de Resistencia a la Guerra. Pero al enterarse de las atrocidades de los nazis hacia los judíos y otras minorías durante la Segunda Guerra Mundial, renunció al Comité para la Cooperación Internacional y alentó a las naciones libres, en especial a las de Europa, a que se armaran para defenderse. Comprendió en su momento, en especial cuando se percató de que existían fundadas sospechas de que los nazis experimentaban con los átomos de uranio para crear un arma devastadora, que la paz, el pacifismo, no puede entenderse como la renuncia a la libertad de las naciones y la pasiva aceptación de genocidios.

(**) Recopilamos algunos de los versículos, máximas y sentencias de la literatura bíblica o rabínica relacionados con la paz, Shalom:

Y vendrás a tus padres en paz, y serás sepultado en buena vejez (Bereshit/Génesis 15/15).

El hablará de la paz a su pueblo… La Bondad misericordiosa y la Verdad se encontrarán, la Justicia y la Paz se besarán, la verdad surgirá de la tierra y la justicia desde el cielo se vislumbrará (Tehilim/Salmos 85/8-12).

Que haya paz en tus palacios y sosiego en tus fortalezas. Y ahora, por mis hermanos y amigos, diré: Que haya paz en ti (Tehilim 122/7-8). 

El pone la paz en tus fronteras; te dará en abundancia la grosura del trigo (Tehilim 147/14).

Y la obra de la rectitud será la paz, y el efecto de la rectitud será la tranquilidad y la seguridad para siempre (Yishayahu/Isaías 32/17).

La paz, como la caridad, los beneficios en ambos mundos (Peah I/1). 

El nombre de Dios es paz (Perek ha-Shalom, Shabat 10b). 

Grande es la paz, que la Bircat Cohanim/bendición sacerdotal culmina con la paz (Sifri, VI/26). 

Quien hace la paz en su propio hogar, su mérito es tan valioso como si hubiera hecho la paz en Israel" (RN Ab. XXVIII/43). 

Adelántate en el saludo de la paz hacia todos los hombres (Ber. 17a). 

Si los Hijos de Israel practicaron la idolatría, pero al mismo tiempo la paz prevaleció entre ellos, Dios diría, 'No puedo ejercer contra ellos mi autoridad en la ira, porque la paz está entre ellos’ (Gen. R. XXXVIII/6). 

Ningún recipiente, solo la paz puede sostener la bendición (Uk 83b). 

En todo lugar donde reina la paz, no hay necesidad de un juicio (Tosefta – Sanhedrin A)

Ama la paz y odia la discusión (Derej Eretz – Zota 9).

Qué grande es la paz que todas las berajot/bendiciones y tefilot/plegarias se sellan con shalom: la lectura de la Shemá/“Oye Israel” se sella con “extiende tu sucá de paz”; La Bircat Cohanim/bendición sacerdotal se sella también con Shalom: “veyasem lejá shalom” (pondrá sobre ti la paz); y otras berajot se sellan con la paz: “Osé shalom bimromav hu yaasé shalom alenu” (“el que Hace la Paz en las Alturas hará la Paz sobre nosotros”). (Talmud: Masejet Derej Erets- cap. Shalom, halajá 19). (también el Kadish, panegírico de Santificación a El Ser, se sella con esta última exaltación a la paz).
             

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